martes, 30 de diciembre de 2008

Deseos

Alguno de vosotros habrá pensado que, por fin, me había lanzado a escribir un post pornográfico o, por lo menos, erótico que le pusiera un poco de picante a este blog. Lamento defraudar una vez más las expectativas, pero lo de "deseos" del título, va de algo tan sencillo y tan convencional como lo de los buenos deseos que todo el mundo tiene en estas fechas para todo el mundo.

Yo no voy a ser menos y os deseo para el próximo año:

  • a los que han descubierto cuál es el problema que tienen,

que descubran ahora cuál es la solución y sean creativos y pacientes para ponerla en marcha: una vez que sabes cuál es el problema, ya tienes la mitad de la solución.

  • a los que no han descubierto nada nuevo últimamente,

que lo descubran y que sea bueno: bastantes miserias y problemas solemos tener como para añadir más.

  • a los que quieren cambiar de vida,

que éste sea el año, mejor en el primer trimestre, en el que suceda: ya llevamos tanto tiempo deseándolo que nos lo hemos ganado.

  • a los que no quieren cambiar de vida,

que les siga gustando lo que hacen y que nada se tuerza: también se lo han ganado.

  • a los que están enamorados,

que sigan estándolo y que reciban lo mismo a cambio.

  • a los que han estado enamorados y quizá no puedan seguir estándolo,

que mantengan el cariño y que sean capaces de afrontar las nuevas situaciones con buen humor y espíritu positivo: además del amor con mayúsculas, existen otros amores con minúsculas (amigos, familia, ...), que son los que de verdad consiguen, cuando lo hacen, que la vida sea redonda.

  • a los que no están enamorados,

que encuentren el amor de su vida (correspondido, claro) y que lo disfruten.

  • a los que están esperanzados y con mucha ilusión por las cosas que han empezado este año,

que, si son de las que hay que acabar, las acaben pronto y triunfen con ellas;

que, si son de las que hay que seguir con ellas para los restos, les dure mucho la ilusión con que ahora las encaran.

  • a los que no tienen ningún deseo ni ilusión,

que los encuentren este año: seguro que hay muchas cosas con las que merece la pena ilusionarse.

  • a los que ...,

que ...(que cada uno rellene los puntos suspensivos con su propias prioridades y deseos)

  • y a todos

que seáis muy felices

y que sepáis querer y dejaros querer por los que os rodean

este año próximo y todos los siguientes.

 

...

viernes, 5 de diciembre de 2008

El sueño de escribir, describir los sueños y ... escribir con sueño

Dice mi querida y, en muchos casos, admirada Paloma Díaz-Mas, en un artículo relativo al proceso creativo de parte de su novela El sueño de Venecia que he encontrado recientemente, que "la creación literaria [...] surge de una extraña combinación de anecdotas triviales y recuerdos transcendentes".
 
No sé si esa afirmación es o no completamente cierta, pero algunas veces pienso que el balance de nuestra vida también va teniendo mucho de eso, de mezcla de anecdotas triviales y recuerdos o momentos transcendentes. Así que es muy probable que, si puede aplicarse a la vida, casi seguro que, en mayor medida, puede hacerse con la escritura.
 
Sucede que a veces, especialmente cuando me pongo a escribir, tengo tendencia a ver las cosas desde un punto de vista más transcendente de lo que en realidad son y, por esa razón,  cosas que no dejarían de ser pequeñas anécdotas, a veces pasajeras, toman un "peso de trascendencia" que les hace ser vistas con una nueva luz, como si fueran más importantes que en el momento en el que estaban sucediendo.
 
Y, en parte, eso es lo que me gusta de escribir.
 
Escribir permite recrear el mundo, llenarlo de matices, de ángulos realmente difíciles de percibir en el suceder cotidiano, en el que las cosas pasan tan rápido y tan rodeadas de sus propias circunstacias que sólo puedes captar esa anécdota que parece trivial. Escribir permite rellenar los huecos, resaltar o suavizar las luces, iluminar las zonas oscuras, expulsar o exaltar lo feo y, al final, poner las historias que cuentas al servicio del sentimiento que quizás no tuviste en el momento de vivirlas, pero que sí que tienes en el momento de recordarlas.
 
Cuando pienso en todo el tiempo que hemos pasado los sucesivos grupos de personas de los que he formado parte, de niños y no tan niños, recordándonos unos a otros las historias compartidas, reinventándolas las más de las veces, no puedo más que ver que este deseo de recrear y transformar en parte parte lo vivido es algo común y mucho más extendido de lo que pueda parecer.
 
Recuerdo a algún amigo de la infancia, ya perdido para siempre en ese desconcertante vacío en el que desaparecen las personas con las que dejas de relacionarte después de haber sido amigos íntimos, que poseía una capacidad y vocación para la recreación de historias digna de los mejores cuentistas. Me recuerdo sorprendido al escuchar como en la historia que él contaba, supuestamente correspondiente a alguna "aventura" en la que yo también había participado, los montes eran más altos que en mis recuerdos, las acciones más arriesgadas, la pasión más intensa, las nevadas más frías, las chicas más guapas o más feas, ... Incluso aparecían personajes o episodios que yo juraría que nunca habían existido en la versión básica y más realista de la historia. Estoy convencido de que, a base de contar la historia una y otra vez con esos aderezos o "licencias poéticas", él mismo acababa creyendo que eran parte de la historia real. Incluso alguna vez empezó a parecerme que la parte soñada, inventada, de la narración iba haciéndose cada vez más hegemónica y amenazaba peligrosamente con acabar dejando lo real reducido a la nada. Confieso que alguna vez llegué catalogarlo directamente como un mentiroso, pero visto desde ahora, creo que quizá sólo estaba describiendo sus sueños.
 
Después de él, he visto a otras personas haciendo lo mismo, aunque creo que de forma no tan exagerada. Hasta yo mismo me he sorprendido iniciando un proceso similar cuando recreaba las historias que contaba. Pero no puedo evitarlo, siempre he sido demasiado consciente y, según empiezo a embarcarme en una invención pura, me veo a mí mismo desde fuera hablando como un estafador y no tengo más remedio que volver a la realidad.
 
Por eso creo que sueño con escribir historias. Cuando escribes algo supuestamente inventado puedes añadir todos los detalles que quieras, perspectivas imposibles, personajes nuevos, cambiar el orden de los acontecimientos, hacer que ganen los buenos o los malos según te apetezca, ... y todo ello es válido y hasta bueno.
 
Lo que muchas veces no confiesas es que, detrás de lo que inventas, hay más cosas reales de las que parece. Igual que detrás de lo que muchas veces todo el mundo cuenta como si fuera real, hay muchas cosas inventadas.
 
Todos somos unos mentirosos en potencia o, quizá, unos artistas que reflejamos el mundo desde un punto de vista "más creativo".
 
Creo que esta noche no voy a ser capaz de decidir cuál es la interpretación más correcta, así que os dejo, que tengo sueño y ésto, más que sobre el sueño de escribir o sobre describir los sueños, empieza a ser, literalmente, escribir con sueño.
 
...
 
(No quiero dejar este post sin recomendaros que leáis El sueño de Venecia, de Paloma Díaz-Mas. Creo que debería ser lectura obligatoria: está muy bien escrito, se aprende más sobre literatura española y estilos literarios que estudiando varios años y, además y no menos importante, es divertido)

lunes, 17 de noviembre de 2008

Fechas (post "de desagravio")


Resulta que soy un desastre para las fechas, los números, ...

No es algo nuevo ni mucho menos. A algunos de vosotros creo que ya os he contado que una vez me olvidé hasta de mi propio cumpleaños. En ese caso era seguro que la razón no era la edad, ya que, aunque no lo recuerdo con precisión, debía tener unos diez u once años y sólo descubrí que era mi cumpleaños porque me llegó una postal (eran aquellos tiempos en que aun se mandaban felicitaciones por escrito porque en algunos sitios no había teléfonos).

En los últimos años, lo compenso apuntando todo por duplicado o triplicado: en el móvil, en el Outlook de la oficina, en papeles que sujeto con imanes al frigorífico, ... 

A veces, a pesar de todo, falla el método. He comprobado que especialmente si es domingo.

El último despiste en mi historial, de ayer mismo, es el cumpleaños de una de las principales y más constantes seguidoras de este blog. Incluso, a riesgo de equivocarme, creo poder asegurar que es la persona, que se esconde detrás del "anónimo" autor del último y uno de los pocos comentarios que tiene (por cierto, muchas gracias).

Así que, ya sé que suena a disculpa repetida, pero no tenía más remedio que escribir este post para intentar compensar de alguna forma mi despiste.

Ya sabes que te mereces que te deseemos felicidad (mucha). A mí, desde luego, me hace un poco más feliz el saber que de vez en cuando te pasas por aquí e incluso algunas cosas de las que escribo te interesan.

Felicidades.

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domingo, 2 de noviembre de 2008

Tiempo para pensar


Es curioso, uno encuentra a veces las respuestas donde menos las espera.

El otro día estaba en una reunión de la que no esperaba nada. Fui sólo con el objetivo de salir de allí cuanto antes, de no perder demasiado tiempo. Las personas que hablaban eran de ese tipo de las que crees que no vas a sacar nada nuevo o, por lo menos, nada que te pueda servir. Sin embargo, una de ellas dijo, como sin querer, algo que me lleva haciendo pensar desde entonces. No soy capaz de repetir sus palabras exactas, pero desde entonces me han hecho pensar bastante.

Quizá es esta época del año, con el invierno llamando a nuestra puerta, los primeros fríos intensos, la lluvia cayendo para volverlo todo más frío e incómodo o simplemente que vivo rodeado de gente que tiene problemas que tienen más que ver con cómo se sienten que con otro tipo de necesidades más físicas, yo mismo entre otros. Personas que ya tienen calefacción, pero que siguen necesitando calor humano, cariño o simplemente comprensión.

Lo cierto es que esa persona dijo algo así como que vivimos una vida llena de ocupaciones y horarios, de deberes y obligaciones, de compromisos y citas, de retos y esfuerzos, pero que casi siempre acabamos dejando a un lado lo más importante: compartir esa vida y sobre todo nuestros sentimientos con las personas que nos rodean. Que, por ejemplo, vivimos preocupados por conseguir para nuestros hijos todo menos lo que ellos más necesitan, que es estar con nosotros y que les escuchemos, que les abracemos y juguemos con ellos.

Dándole vueltas a lo que dijo, se me ocurren más ejemplos, como que invitamos a nuestros amigos a lo que haga falta, pero no siempre a compartir los sentimientos. Que preguntamos a nuestros familiares cómo se sienten de salud o en qué ocupan su tiempo, pero nos cuesta muchísimo escucharles cuando nos responden, especialmente si nos hablan de sus sentimientos. Yo personalmente, cuando alguien tiene la valentía de contarme de verdad como se siente, la mitad de las veces empiezo a quitarle hierro y a dar consejos antes de haber acabado de escuchar cómo se sienten.

No sé si es pudor. No sé si es miedo a que su desánimo se me contagie. No sé si es simplemente prisa para poder pasar cuanto antes a la siguiente ocupación. Lo que sí sé es que, por ese procedimiento, acabo pasando por la vida de una forma superficial, preocupándome por las necesidades prácticas mías y de los demás, pero dejando para mañana otras necesidades, como la de pararse a pensar, la de escuchar a los demás lo que de verdad esperan de mí, la de querer a fondo y sin prisas a los que me quieren. Bueno, es peor que eso. Hago como por puro trámite esas cosas: pienso lo imprescindible, escucho lo justo para no parecer insensible y quiero, pero con prisas, a las personas que están a mi alrededor. Pero siempre estoy demasiado ocupado, un poco enfadado y con prisa por llegar a algún sitio o resolver alguna necesidad, cumplir algún compromiso o simplemente descansar.

No me siento un bicho raro, es más, creo que este tipo de comportamiento es de lo más habitual. Es lo que hacen muchas otras personas que se preocupan por los demás (no incluyo a aquellos que sólo piensan en su interés). En cierto modo, somos como los déspotas ilustrados: trabajamos para aquellos a los que queremos, pero sin mezclarnos mucho con ellos. Pero nos puede pasar lo mismo que a algunas "perfectas anfitrionas" que conozco: trabajan tanto para hacernos la vida más fácil y agradable, para tenerlo todo en su punto, que no lo comparten con nosotros, porque siempre están ocupadas dejándolo todo perfecto para que lo disfrutemos. El problema es que nosotros no habíamos ido sólo a estar a gusto o comer en sus casas, habíamos ido, sobre todo, a estar con ellas.

No sé. Estos días no dejo de pensar y creo que eso, en si mismo, ya es bueno.

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domingo, 21 de septiembre de 2008

Sobre la utilidad de los blogs


El otro día leía en un post de un blog que ahora no recuerdo, un comentario sobre un artículo de Ruíz Zafón que, por lo que se ve, no ponía muy bien a los blogs y los consideraba algo, en el mejor de los casos, inútil, cuando no molesto.

Yo no estoy seguro de que los blogs en su conjunto tengan una gran utilidad pública. Es más, creo que la mayoría (un buen ejemplo es el mío propio) no los lee nadie o casi nadie. Así que la posibilidad de hacer crítica social o literaria desde un blog personal existe, pero su eficacia para el conjunto de la sociedad es más bien dudosa.

Por otra parte, conozco muchos, muchísimos, blogs de dudoso gusto, que se dedican a cosas prescindibles, aburridos, feos, mal escritos, que defienden ideas claramente rechazables, cuando no infames, ....

Así que nunca me atrevería a hacer una defensa de la utilidad social de los blogs en su conjunto.

Ahora bien, conozco otros brillantes, divertidos, muy bien escritos, muy bien razonados, creativos, entrañables, interesantes o ... simplemente bonitos, que creo que demuestran que esto del blog puede llegar a estar muy bien. Como en casi todo, depende de quién y cómo lo haga.

De lo que no tengo ninguna duda es de lo útil que puede resultar un blog para quien lo escribe.

Antes, si escribías algún texto, tenías varias posibilidades:

  • tirarlo (puede que sea la opción más adecuada en la mayor parte de los casos),
  • guardarlo en un cajón (o en un disquete si eras más moderno),
  • si eran  muy corto, ponerlo en forma de grafiti, en una pared adecuada,
  • enviarlos a un periódico para ver si te los publicaban como carta al director,
  • darle forma de carta personal y enviárselo a un amigo/víctima,
  • si eran más largos, intentar juntarlos y decir que eran un libro de relatos o una novela y, en el colmo de la temeridad, enviarlos a un editor o un concurso literario (aunque parezca una leyenda urbana, hay pruebas científicas y demostrables de que hay gente que ha conseguido publicar por esas vías),
  • publicarte a ti mismo (algo bastante ruinoso, según tengo entendido).
  • ...

Ahora, si escribes algo, también lo puedes publicar en tu blog. Es verdad que, con muchas de las cosas que se publican en blogs (incluyendo éste) el autor responsable debería haber seguido el método uno (tirarlos a la basura).

Pero, mirado desde el punto de vista de ese, este, autor, uno se siente mucho menos frustrado si ve que sus creaciones, opiniones, desvaríos y hasta errores, no se quedan encerrados y reprimidos en un cajón y salen a volar. Si expone sus textos a riesgos como el de que alguien los lea, los disfrute, los critique, los odie, le incomoden o ,incluso, le encanten, parece que el haberlos escrito tiene más sentido.

Por eso pienso que, aunque no sea más, el placer y pequeño vértigo que cada autor siente cada vez que le da al botón de publicar, justifica la utilidad social de los blogs.

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jueves, 11 de septiembre de 2008

Preguntas

 
Cuarenta y tres y subiendo
 
¿o bajando?
 
(mala edad para hacerse preguntas)
 
 
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martes, 2 de septiembre de 2008

Vacaciones

Todos los años me sucede lo mismo: vuelvo de vacaciones y, a los dos o tres días, me da la sensación de que no he estado de vacaciones, de que el descanso que ha supuesto los días de desconexión, caduca a los pocos días de abrir de nuevo el envase de la vida cotidiana.
Los mismos líos, la misma fatiga, la misma pereza a la hora de levantarse para ir a trabajar, la misma sensación de no avanzar y de no llegar, ...
Está claro que el principal defecto de las vacaciones es que se acaban.
Deberían inventar algo más duradero. Yo me apuntaría inmediatamente a las pruebas experimentales. Aunque, ahora que lo pienso, ya está inventado: se llama jubilación. ¡Pero queda tan lejos!

Hablando de vacaciones, alguno de mis pocos seguidores habituales (alguna en realidad), me dice que ya me vale de vacaciones en este blog, que llevaba desde mayo sin escribir nada.
La verdad es que no me había dado cuenta de que llevaba tanto tiempo sin escribir, pero es que me quedé un poco exhausto (y ligeramente frustrado) después de mi último post. Me costó bastantes días escribirlo, era bastante más ambicioso en longitud y estilo de la media (alguien me preguntó si ahora escribía relatos, incluso con varios narradores), ... y al final no estoy nada seguro de que el resultado fuera el esperado por mí.
Hay que tener en cuenta que se trata de la creación literaria más extensa y ambiciosa que he escrito hasta ahora y, después de el trabajo que me costó y las correcciones que hice antes de enseñároslo, lo releo y sigo encontrando fallos o, al menos, pequeños defectos, que habría sabido corregir de haberme dado cuenta a tiempo. Incluso estuve pensando en hacer una segunda versión, "corregida y aumentada", pero dio pereza.
Además, no estoy seguro de que haya sido demasiado bien recibido, ni, en algunos casos, entendido qué pintaba en medio de mi blog, ... Quitando unos halagos claros y demasiado generosos de A., el resto más bien fueron discretos y escasos comentarios más bien críticos ("demasiado largo", "el narrador del final no está a la altura, ¡que tío más borde!", "bueno, está bien, pero a mí me gusta más aquel de la viejita", ... ).
No pongo esto aquí para que ahora todo el mundo se corrija a si mismo y me ponga comentarios para subirme el ánimo. Lo hago para que veáis una de las razones por las que entré en uno de esos periodos de sequía creativa: por la relativa insatisfacción. También han ayudado la falta de ideas nuevas, la dispersión que se ve favorecida por el verano y, como ya me ha pasado varias veces, el no saber hacia dónde tirar, si hacia un post "más elaborado" o hacia uno "poco hecho", para seguir.

Al final tiro por la calle del medio: me ha salido uno que no es ni corto ni largo, ni cocina rápida ni de muy larga elaboración, ... vamos, ni carne ni pescado.

Para el próximo tendré que pensar un poco más.

O no.

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martes, 13 de mayo de 2008

Lucía y los hombres del traje gris

Varias veces, estando en alguna tierra próxima al Mediterráneo, he pensado que igual sí hay algo especial en la forma de ser mediterránea. Algo que acerca a los mediterráneos a los sentimientos y pasiones. Al mismo tiempo, me he preguntado si no será sólo un empacho de estudios clásicos y de lenguas muertas el que me hace pensar en el drama apasionado como algo más mediterráneo que de ningún otro sitio.

En cualquier caso, hoy no es muy importante si es verdad o mentira. Porque hoy me viene bien pensar que hay algo especial en ese mar mediterráneo; algo que da una atmósfera también especial, llena de aromas y pasiones, a una historia que estoy intentando recordar, reavivar, para contárosla aquí.

Confieso que he pensado en hacerlo varias veces, pero siempre me ha dado miedo. En este caso no se trata de pudor, ya que yo no soy protagonista directo, sólo espectador. Es miedo a no saber atrapar en un texto los matices, sentimientos y sugerencias que para mí tuvo la historia. Hoy, escuchando esta música llena de resonancias mediterráneas, parece que me siento capaz de intentarlo.

Sucedió hace ya unos años. Estaba en Barcelona, en compañía de mi jefe de entonces. Una persona con la que no tenía una mala relación, pero, desde luego, no se puede decir que fuéramos amigos y, mucho menos, que fuera alguien adecuado para compartir con él una experiencia asociada a los sentimientos y las pasiones.

Era un día previsiblemente normal. Viaje de trabajo. Uniforme de trabajo. Visita a unos clientes potenciales, más bien poco potenciales. Máscara de personas encantadoras, competentes, ellos y, especialmente, nosotros, obligados a parecer "jóvenes aunque sobradamente preparados", ... Mundo "powerpoint", en definitiva. Nada de lo que sentirse especialmente orgulloso ni que fuera a dejar ninguna huella especial en ese día, por lo demás gris y un poco triste.

Salíamos, aliviados por la sensación de trabajo cumplido, de un gran recinto cultural encerrado en un barrio antiguo y con trazas de marginalidad en las calles que lo rodeaban. Huyendo en parte de la mediocridad del día y deseosos, al menos yo, de coger cuanto antes un avión a Madrid, de volver a nuestras casas, a nuestras vidas personales, a estar con personas a las que queríamos de verdad y haciendo cosas que nos interesaban de verdad, como besar, leer, cocinar, acariciar, ...

De forma descuidada, pensando que era un gesto más de los miles que ya llevaba hechos de ese tipo y que he seguido haciendo desde entonces, levanté la mano que me dejaba libre el maletín para parar, antes de que se escapara, un taxi que arrancaba después de dejar a alguien unos metros más atrás. Parecía un gesto inofensivo, dirigido a un taxi vulgar, pero aquel era un taxi muy especial. Un taxi que encerraba una gran historia de amor, apasionada y, al menos en parte, fracasada, como siempre han sido las historias de amor que nos han conmovido.


...


«No he podido evitarlo. Y mira que me da vergüenza reconocerlo. Cuando ellos se han montado en el taxi, yo todavía estaba en una nube.

» Recuerdo una vez siendo niño. Estaba sentado en la rama de una higuera, recogiendo y comiendo higos maduros, dulces y robados. Envuelto en ese placer clandestino, íntimo, dulce y atemporal de las cosas que no compartes con nadie pero que hace mucho tiempo que soñabas con alcanzar. De repente la rama se rompió y, casi sin saber cómo, en menos de un segundo estaba en el suelo. Más sorprendido que dolorido, con la sensación de placer aun tan viva que casi no era capaz de comprender que estaba en el suelo, de sentir el dolor.

» Así estaba cuando han entrado ellos, se han sentado en el asiento de atrás y han dicho "al aeropuerto, por favor", como tantas otras veces me ha sucedido. Eran dos hombres jóvenes, no sé cómo de jóvenes, pero estoy casi seguro de que podrían haber sido mis hijos si la historia que acababa de revivir hacía unos minutos hubiera llegado a buen puerto.

» Dos hombres normales, fáciles de confundir con los miles de ejecutivos de traje gris y corbata discreta que he llevado al aeropuerto desde hace más de veinte años. Sin embargo, tengo la impresión de que no los olvidaré nunca. Quizás olvide sus caras, además no conozco sus nombres, ni dónde viven, aunque imagino que en Madrid. Casi ni recuerdo sus voces, pero creo que los recordaré siempre de una forma especial, porque son las primeras y únicas personas que saben que la amé y que aun la amo. Que sigo enamorado de ella como sólo puede estarlo un niño que está descubriendo los sentimientos y las pasiones, de esa forma incondicional y tan intensa que parece que no deja hueco en tu vida para nada más.

» No he podido evitar decirles, después de pedir perdón por hacerlo, que hoy he vuelto a verla. Que ella es el amor de mi vida. Que la quiero desde hace casi ya cincuenta años. Que no he podido dejar de pensar en ella, ni un solo día, desde aquellos del verano de mil novecientos cincuenta y cinco. El verano que ella pasó con su familia en el pueblo de la costa en el que yo nací y en el que mi padre tenía la única panadería que había entonces.

» Les he contado que ella era una bonita niña de Barcelona que empezaba a ser mujer a sus, imagino, trece o catorce años y que yo era el adolescente soñador que le entregaba todos los días el pan a la puerta del piso de la playa que habían alquilado para pasar aquel único verano.

» Era algo que hacía todos los veranos desde los diez años, pero ayudar al negocio familiar en esos meses siempre había supuesto una tortura para mí. Tímido por naturaleza, prefería pasear por los acantilados, lejos de la playa llena de bañistas llegados de Barcelona, o subir a la azotea de nuestra casa y pasar las horas muertas mirando el horizonte y soñando con viajar, con huir de este pueblo y recorrer el mundo como los héroes de los relatos que tanto me gustaba leer cuando no estaba soñando. Recuerdo que lo único que no entendía de esos relatos era el empeño que tarde o temprano tenían todos los héroes por acabar en brazos de una mujer. Me costaba imaginar por qué casi todas esas historias tenían que acabar en matrimonio con la chica rescatada.

» Aquel primer día lo entendí todo. El mundo se hizo distinto a partir del momento en que ella abrió la puerta. Ella era la princesa de esos relatos. Ojos azules, cabellos dorados revueltos, enmarcando una sonrisa tan dulce que todavía hoy me hace sonreír y me estremece de angustia y placer al añorarla. Entonces entendí, sin saber que era lo que me estaba pasando, lo que hacía que los héroes volvieran siempre al puerto aunque el mar estuviera lleno de aventuras y camaradería, de secretos y tesoros. Descubrí que había miradas que te hacían temblar de miedo y placer a la vez. Que podías sentirte insignificante y capaz de comerte el mundo al mismo tiempo. Que todo era posible y que los sueños existían. Que respirar podía llegar a resultar muy difícil cuando tienes un agujero en el pecho y el corazón golpeando dentro de él con una fuerza hasta entonces desconocida.

» No sé cuantos minutos pasé allí delante de esa puerta abierta, de aquella muchacha que, a partir de ese momento iba a ser algo inseparable de mi mismo.

» Cuando al fin conseguí decir algo, balbuceé algo incomprensible, le entregué el pedido que habían hecho y me di la vuelta a todo correr para evitar que viera mi cara que, a la fuerza, tenía que reflejar aquel terremoto que yo había sentido dentro de mí.

» A partir de ese día y durante los casi dos meses que pasaron ella y su madre allí, acompañadas algunas semanas por su padre, repartir los pedidos fue para mí el mayor de los placeres, el reto más heroico, la aventura más gratificante. Cada día me acercaba a su puerta con el corazón alborotado, pero, poco a poco, fui consiguiendo dominarme y disfrutar más del momento. Hasta conseguí entablar alguna conversación trivial sobre el clima o las actividades veraniegas del pueblo, que comenzaron a interesarme sólo para poder tener algo de lo que hablar con ella, mientras le entregaba el pan e intentaba de forma furtiva rozar sus dedos.

» Ese año también empecé a ir a la playa, sólo para espiarla de lejos, para verla pasear hasta el agua, nadar un poco, y volver a salir del agua. Allí, además del amor, descubrí el sexo como parte del amor. Tumbado boca abajo en la arena, sentía, avergonzado al principio y mucho más relajado unas semanas después, como una fuerza incontrolable tomaba el control de mi sexo y lo ponía duro como jamás pensé que pudiera llegara estar. Confieso que ya había tenido antes alguna erección, pero eran cosas aleatorias, sin una relación clara entre causa y efecto. Erecciones espontáneas mientras dormía que la educación religiosa y represiva de aquellos años, me hacían percibir como algo sucio y feo.

» Aquel año, en la playa, intuí que el sexo también podía estar unido a la belleza, que no era incompatible con la adoración y que, incluso, ganaba si se mezclaba con el amor.

» Ese verano, la vida empezó a tener otro sentido para mí. Aunque no llegué a acercarme en serio y limité mi contacto con ella a esa entrega casi protocolaria del pedido diario, por culpa de ella decidí muchas cosas que han hecho que llegue a ser lo que soy. Que hoy esté conduciendo este taxi en Barcelona del que se acaban de bajar esos dos hombres hasta ahora desconocidos y que creo que empezarán a estar unidos en parte al recuerdo de ella.

» Ese año decidí que mi gran aventura iba a ser ir a vivir, como fuera, a Barcelona. Renuncié a seguir con el negocio familiar una vez que mis padres se jubilaran y han sido mi hermana pequeña y su marido los que han mantenido abierta la vieja panadería de mis padres hasta hoy mismo. Tan pronto como me fue posible, huí tras ella, contra el criterio de mis padres y ganándome su incomprensión hasta el mismo día en que se murieron, sin saber por qué lo había hecho. Todavía hoy, mi hermana sigue considerándome un poco raro y aunque ya me ha perdonado, sigue sin entender por qué después de hacer la mili, por suerte en Barcelona, aproveché que había aprendido a conducir allí para quedarme trabajando de chófer, primero de camiones de reparto y con los años y los ahorros para comprar coche y licencia, de un taxi con el que me puse a recorrer la ciudad, con el único objetivo desde entonces de encontrarla algún día y confesarle mi amor.

» Desde entonces he hecho muchos kilómetros, tenido algunas aventuras pasajeras con mujeres de las que nunca llegué a estar enamorado y leído muchos libros, ya que es a lo que dedico esta vida solitaria cuando no conduzco, a leer todo tipo de libros, especialmente novelas. Leo en las bibliotecas. Leo los libros que se olvidan en el taxi. Leo libros que compro de forma compulsiva y desordenada en los puestos callejeros. Creo que puedo decir que he sido feliz y que, aunque no llegué a vivir mi historia de amor con ella, he vivido muchas otras en los libros en los que confieso, también he ido siempre buscándola.

» Ya no queda casi nada de aquel adolescente que se enamoró perdidamente de ella, pero hoy, cuando se ha subido en mi taxi, tras casi cincuenta años, no he podido dejar de sentirme como aquel adolescente que fui. He esperado a que hablará para que su voz me confirmara que lo que yo había creído reconocer en esa señora madura, no era una más de las múltiples percepciones equivocadas que he tenido durante todos estos años.

» Y su voz me lo ha confirmado.

» Debajo de las arrugas, de ese aspecto elegante, pero similar al de muchas otras mujeres de clase media de esta ciudad, yo había visto los rasgos de la muchacha que una vez fue y su voz seguía conservando ese timbre inconfundible, especial. Mi corazón ha dado un vuelco de nuevo, como aquel día, y por unos segundos he pensado que me iba a dar un infarto e iba a morir allí mismo, delante de su mirada horrorizada. Afortunadamente he conseguido comportarme como una persona civilizada. Nunca llegué a saber su nombre, aunque cuando escuché por primera vez a Serrat cantar "Lucía", decidí que ella era mi Lucía y, para mi mismo, empecé a llamarle así. Hoy he estado a punto de llamarle Lucía cuando le he contado que yo era originario de mi pueblo; y que allí repartía el pan los veranos; y que creía que ella era una muchacha que había pasado allí un verano; y que yo la llevaba el pan todas las mañanas. Ha tardado unos segundos en recordarlo o, al menos, en decir algo. Quizá estaba tan sorprendida que no sabía qué hacer, ni qué pensar. A lo mejor ha llegado a pensar que yo estaba loco. Pero después de esos instantes de desconcierto, he notado en sus ojos reflejados en el retrovisor y en el timbre rejuvenecido de su voz, que volvía a aquel verano de su adolescencia. Quizás, como a mí, le ha parecido que este día gris de ciudad recuperaba algo de la luz ingenua de aquel verano, de ese tiempo muerto y muy vivo a la vez de los veranos de la infancia y adolescencia.

» Ella ha estado muy correcta. Me gustaría poder decir que ha llorado y que, entre hipidos, me ha confesado que ella también me amaba y que nunca me había olvidado después de aquel verano. Pero la vida no es así. No es fácil hacer coincidir a más de un loco al mismo tiempo en un taxi y hoy ese papel estaba reservado para mí. Creo que sí que puedo decir que no mentía cuando me ha dicho que sí me recordaba y que también era sincera la actitud cariñosa y nostálgica con la que escuchaba mi historia. No me engaño y sé que cuando me ha dicho que el local delante del que nos hemos parado, una confitería elegante y clásica, era suyo y que allí podía encontrarla si necesitaba cualquier cosa, estaba simplemente siendo amable, quizás abrumada y un poco asustada por una adoración que ella no había solicitado ni esperado.

» Al llegar a su destino, cuando me he negado a cobrarle la carrera, ella me ha dado la mano y he notado que la dejaba ahí más tiempo de lo normal, como dudando, antes de tirar suavemente, pero con firmeza, para acercar mi mejilla y depositar en ella un beso ingenuo, infantil y maternal al mismo tiempo.

» Mi historia con ella ha acabado, esta vez creo que para siempre, de la misma forma que empezó. Me he vuelto a ruborizar y, al final, he olvidado preguntarle su verdadero nombre, arrancando un poco bruscamente mientras ella se alejaba, casi huía, creo que esta vez también un poco avergonzada de su atrevimiento.

» Para mí seguirá siendo Lucía, la que nunca he tenido y la que perdí.

» Es curioso, tantos años esperando a que suceda algo y tiene que suceder cuando ya había tirado la toalla. Hace poco más de un mes, cuando cumplí los sesenta, decidí de forma solemne que esto era una estupidez y que ya estaba bien de seguir persiguiendo el mismo sueño desde los quince años.

» Luego se han subido ellos dos al taxi. Hemos llegado al aeropuerto, pero no sabría decir que trayecto hemos seguido, ni si había tráfico o no. Supongo que los años de profesión sirven para algo y el piloto automático ha hecho su trabajo. Mientras tanto yo sólo podía pensar en ella y en lo que me acababa de pasar.

» Ahora estoy en mi taxi, a una orilla del camino, completamente desorientado. Hace unos minutos, tal vez muchos, que estoy aquí sentado, sin saber qué hacer con mi vida. Mezclando la alegría de haberla vuelto a ver con la certeza de que éste es el final.

» Todavía quiero a esa muchacha que conocí, aunque no estoy seguro de poder seguir amando a esa señora que he visto hoy»


...


«Tiene cojones. Te levantas a las cinco de la madrugada. Coges un taxi, después un avión, después otro taxi y llegas a visitar a unos estirados de mierda, que te miran por encima del hombro, snobs y pretenciosos como si hubieran descubierto la ciencia ellos mismos y tú sólo fueras un pobre vendedor, un pequeño estafador de feria, que se quiere hacer pasar por alguien de su círculo.

» Después de aguantar durante un par de horas su mirada condescendiente y su falsa amabilidad e interés, mientras C. hacía su exposición, salimos a la calle deseando huir cuanto antes hacia el aeropuerto y paramos un taxista loco.

» Bueno, loco del todo igual no estaba. Pero un poco tarado sí. Mira que nos empieza a contar su vida. Hay cosas que te pasan y no te las puedes creer. El tío parecía recién salido de una novela de esas inverosímiles de García Márquez. Nos aseguraba que lleva pillado con la misma tía desde hace casi cincuenta años. Imagino que puro amor desbordado, como de bolero, pero a la catalana. Pero lo peor de todo es que era un amor platónico y que no la había visto, ni oído, desde entonces. N
i siquiera sabía exactamente quien era

» Y resulta que la acababa de ver. Que se había subido a su taxi justo antes que nosotros y se acababa de bajar unos metros más atrás del lugar donde nos ha recogido. Por un momento he pensado que el tío estaba jarú y que esta misma historia se la iba contando a todo el mundo. Después de los años que llevo conociendo personajes increíbles al volante de un taxi, en Madrid y en otras ciudades, he pensado que Barcelona también tiene derecho a su cuota de taxistas raritos. Luego he pensado que igual había bebido, lo que es casi peor.

» Pero la cosa es que el buen hombre era muy educado y parecía bastante normal, salvo por el detalle de que nos estaba contando aquella historia. Sí que es verdad que ha empezado muy poco a poco y pidiendo disculpas por no poder evitar callarse. Estoy por decir que, si C. no le llega a dar pie para seguir, hasta puede que se hubiera callado. Yo le miraba a él y luego a C. y la verdad es que, poco a poco, he empezado a creerme lo que estaba contando.

» Menuda mierda. Al final estaba a punto de ponerme tierno y darle un abrazo al pobre hombre. Lo he visto tan solo en esa historia de amor desesperado (y desesperante), que parecía sacado de una película. Si no era verdad lo que nos contaba, el tío es un actor cojonudo.

» La cosa es que al final sospecho que a C. también le han entrado ganas de darle un abrazo, más que nada por la cara de entregado a la causa que se le iba poniendo según el viejo nos contaba cómo había pasado todos estos años buscándola o mejor, esperando a que apareciera. Al final ni él ni yo nos hemos atrevido a hacerlo. Como tíos moderados y discretos que somos, nos hemos bajado del taxi sin demasiada ceremonia, balbuceando algo parecido a un mensaje de ánimo para este hombre, pero sin atrevernos siquiera a darle un buen apretón de manos.

» Tiene cojones la cosa. Sales de casa desanimado, pensando que vas a vivir un día hipócrita haciéndote el amable con personas a las que, en el fondo, desprecias y que sabes que van hacer lo mismo contigo y resulta que luego vuelves a casa desanimado de nuevo, pero esta vez porque, para una vez que conoces a alguien de carne y hueso, necesitado de un gesto, de algo de cariño, no eres capaz de reaccionar a tiempo.

» Al final, C. y yo hemos hecho el resto del viaje, incluida la espera en el aeropuerto, muy callados, con la nariz hundida en nuestros periódicos, cada uno como con miedo a que el otro se diera cuenta de que nos hemos puesto un poco tiernos y nostálgicos con la historia del taxista.

» Y para redondear el día, estoy encerrado en un taxi de nuevo, atrapado en un atasco mientras la noche se vuelve más y más oscura. Tengo que confesar que echo de menos al taxista enamorado de Barcelona. Éste de ahora es uno de modelo estándar. Por el olor, fuma puros en el coche, aunque ahora no lo está haciendo, y no es partidario de limpiarlo o ventilarlo muy a menudo.

» Menos mal que, por lo menos, le ha dado por poner deportes en la radio. Creo que si me llega a tocar uno facha, con el profeta de turno en la emisora de siempre e intentando meterme en una charla sobre política, hoy me había metido y la habíamos armado.

» Después de un prólogo poético, no estoy para que me toquen los cojones con prosas tendenciosas.»

...





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[No he podido evitarlo: unos meses después, hoy es 21 de septiembre, he hecho unas pequeñas correcciones y tengo una "versión dos" de ese post, que pongo aquí, a continuación. Algún día igual me decido por una de las dos, o por una tercera, y borro lo que sobre.]
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Lucía y los hombres del traje gris (versión 2)


Sucedió hace ya unos años. Estaba en Barcelona, en compañía de mi jefe de entonces. Una persona con la que no tenía una mala relación, pero, desde luego, no se puede decir que fuéramos amigos y, mucho menos, que fuera alguien adecuado para compartir con él una experiencia asociada a los sentimientos y las pasiones.

Era un día normal. Viaje de trabajo. Uniforme de trabajo. Visita a unos clientes potenciales, más bien poco potenciales. Máscara de personas encantadoras, competentes, ellos y, especialmente, nosotros, obligados a parecer "jóvenes aunque sobradamente preparados", ... Mundo "powerpoint", en definitiva. Nada de lo que sentirse especialmente orgulloso ni que fuera a dejar ninguna huella especial en ese día, por lo demás gris y un poco triste.

Salíamos, aliviados por la sensación de trabajo cumplido, de un gran recinto cultural encerrado en un barrio antiguo y con trazas de marginalidad en las calles que lo rodeaban. Huyendo en parte de la mediocridad del día y deseosos, al menos yo, de coger cuanto antes un avión a Madrid, de volver a nuestras casas, a nuestras vidas personales, a estar con personas a las que queríamos de verdad y haciendo cosas que nos interesaban de verdad, como besar, leer, cocinar, acariciar, ...

De forma descuidada, pensando que era un gesto más de los miles que ya llevaba hechos de ese tipo y que he seguido haciendo desde entonces, levanté la mano que me dejaba libre el maletín para parar, antes de que se escapara, un taxi que arrancaba después de dejar a alguien unos metros más atrás. Pero era un taxi muy especial. Un taxi que encerraba una gran historia de amor apasionada y, al menos en parte, fracasada, como siempre han sido las historias de amor que nos han conmovido.


...


«No he podido evitarlo. Y mira que me da vergüenza reconocerlo. Cuando ellos se han montado en el taxi, yo todavía estaba en una nube.

» Recuerdo una vez siendo niño. Estaba sentado en la rama de una higuera, recogiendo y comiendo higos maduros, dulces y robados. Envuelto en ese placer clandestino, íntimo, dulce y atemporal de las cosas que no compartes con nadie pero que hace mucho tiempo que soñabas con alcanzar. De repente la rama se rompió y, casi sin saber cómo, en menos de un segundo estaba en el suelo. Más sorprendido que dolorido, con la sensación de placer aun tan viva que casi no era capaz de comprender que estaba en el suelo, de sentir el dolor.

» Así estaba cuando han entrado ellos, se han sentado en el asiento de atrás y han dicho "al aeropuerto, por favor", como tantas otras veces me ha sucedido. Eran dos hombres jóvenes, no sé cómo de jóvenes, pero estoy casi seguro de que podrían haber sido mis hijos si la historia que acababa de revivir hacía unos minutos hubiera llegado a buen puerto.

» Dos hombres normales, fáciles de confundir con los miles de ejecutivos de traje oscuro y corbata discreta que he llevado al aeropuerto desde hace más de veinte años. Sin embargo, tengo la impresión de que no los olvidaré nunca. Quizás olvide sus caras. Además no conozco sus nombres, ni dónde viven, aunque imagino que en Madrid. Casi ni recuerdo sus voces, pero creo que los recordaré siempre de una forma especial, porque son las primeras y únicas personas que saben que la amé y que aun la amo. Que sigo enamorado de ella como sólo puede estarlo un niño que está descubriendo los sentimientos y las pasiones, de esa forma incondicional y tan intensa que parece que no deja hueco en tu vida para nada más.

» No he podido evitar decirles, después de pedir perdón por hacerlo, que hoy he vuelto a verla. Que ella es el amor de mi vida. Que la quiero desde hace casi ya cincuenta años. Que no he podido dejar de pensar en ella, ni un solo día, desde aquellos del verano de mil novecientos cincuenta y cinco. El verano que ella pasó con su familia en el pueblo de la costa en el que yo nací y en el que mi padre tenía la única panadería.

» Les he contado que ella era una bonita niña de Barcelona, que empezaba a ser mujer, a sus, imagino trece o catorce años y que yo era el adolescente soñador que le entregaba todos los días el pan a la puerta del piso de la playa que habían alquilado para pasar aquel único verano.

» Era algo que hacía todos los veranos desde los diez años, pero ayudar al negocio familiar en esos meses siempre había supuesto una tortura para mí. Tímido por naturaleza, prefería pasear por los acantilados, lejos de la playa llena de bañistas llegados de Barcelona, o subir a la azotea de nuestra casa y pasar las horas muertas mirando el horizonte y soñando con viajar, con huir de este pueblo y recorrer el mundo como los héroes de los relatos que tanto me gustaba leer cuando no estaba soñando. Recuerdo que lo único que no entendía de esos relatos era el empeño que tarde o temprano tenían todos los héroes por acabar en brazos de una mujer. Me costaba imaginar por qué casi todas esas historias tenían que acabar en matrimonio con la chica rescatada.

» Aquel primer día lo entendí todo. El mundo se hizo distinto a partir del momento en que ella abrió la puerta. Ella era la princesa de esos relatos. Ojos azules, cabellos dorados revueltos, enmarcando una sonrisa tan dulce que todavía hoy me hace sonreír y me estremece de angustia y placer al añorarla. Entonces entendí, sin saber que era lo que me estaba pasando, lo que hacía que los héroes volvieran siempre al puerto aunque el mar estuviera lleno de aventuras y camaradería, de secretos y tesoros. Descubrí que había miradas que te hacían temblar de miedo y placer a la vez. Que podías sentirte insignificante y capaz de comerte el mundo al mismo tiempo. Que todo era posible y que los sueños existían. Que respirar podía llegar a resultar muy difícil cuando tienes un agujero en el pecho y el corazón golpeando dentro de él con una fuerza hasta entonces desconocida.

» No sé cuantos minutos pasé allí delante de esa puerta abierta, de aquella muchacha que, a partir de ese momento iba a ser algo inseparable de mi mismo.

» Cuando al fin conseguí decir algo, balbuceé algo incomprensible, le entregué el pedido que habían hecho y me di la vuelta a todo correr para evitar que viera mi cara que, a la fuerza, tenía que reflejar aquel terremoto que yo había sentido dentro de mí.

» A partir de ese día y durante los casi dos meses que pasaron allí ella y su madre, acompañadas algunas semanas por su padre, repartir los pedidos fue para mí el mayor de los placeres, el reto más heroico, la aventura más gratificante. Cada día me acercaba a su puerta con el corazón alborotado, pero, poco a poco, fui consiguiendo dominarme y disfrutar más del momento. Hasta conseguí entablar alguna conversación trivial sobre el clima o las actividades veraniegas del pueblo, que comenzaron a interesarme sólo para poder tener algo de lo que hablar con ella, mientras le entregaba el pan e intentaba de forma furtiva rozar sus dedos.

» Ese año también empecé a ir a la playa, sólo para espiarla de lejos, para verla pasear hasta el agua, nadar un poco, y volver a salir del agua. Allí, además del amor, descubrí el sexo como parte del amor. Tumbado boca abajo en la arena, sentía, avergonzado al principio y mucho más relajado unas semanas después, como una fuerza incontrolable tomaba el control de mi sexo y lo ponía duro como jamás pensé que pudiera llegara estar. Confieso que ya había tenido antes alguna erección, pero eran cosas aleatorias, sin una relación clara entre causa y efecto. Erecciones espontáneas mientras dormía, que la educación religiosa y represiva de aquellos años, me hacían percibir como algo sucio y feo.

» Aquel año, en la playa, intuí que el sexo también podía estar unido a la belleza, que no era incompatible con la adoración y que, incluso, ganaba si se mezclaba con el amor.

» Ese verano, la vida empezó a tener otro sentido para mí. Aunque no llegué a acercarme a ella en serio y limité mi contacto a esa entrega casi protocolaria del pedido diario, por culpa de ella decidí muchas cosas que han hecho que llegue a ser lo que soy, que hoy esté conduciendo este taxi en Barcelona del que se acaban de bajar esos dos hombres hasta ahora desconocidos y que creo que empezarán a estar unidos en parte al recuerdo de ella.

» Ese año decidí que mi gran aventura iba a ser ir a vivir, como fuera, a Barcelona. Renuncié a seguir con el negocio familiar una vez que mis padres se jubilaran y han sido mi hermana pequeña y su marido los que han mantenido abierta la vieja panadería de mis padres hasta hoy mismo. Tan pronto como me fue posible, huí tras ella, contra el criterio de mis padres y ganándome su incomprensión hasta el mismo día en que se murieron, sin saber por qué lo había hecho. Todavía hoy, mi hermana sigue considerándome un poco raro y, aunque ya me ha perdonado, sigue sin entender por qué después de hacer la mili, por suerte en Barcelona, aproveché que había aprendido a conducir allí para quedarme trabajando de chófer, primero de camiones de reparto y con los años y los ahorros para comprar coche y licencia, de un taxi con el que me puse a recorrer la ciudad, con el único objetivo de encontrarla algún día y confesarle mi amor.

» Desde entonces he hecho muchos kilómetros, tenido algunas aventuras pasajeras con mujeres de las que nunca llegué a estar enamorado y leído muchos libros, ya que es a lo que dedico esta vida solitaria cuando no conduzco, a leer todo tipo de libros, especialmente novelas. Leo en las bibliotecas. Leo los libros que se olvidan en el taxi. Leo libros que compro de forma compulsiva y desordenada en los puestos callejeros. Creo que puedo decir que he sido feliz y que, aunque no llegué a vivir mi historia de amor con ella, he vivido muchas otras en los libros en los que confieso, también he ido siempre buscándola.

» Ya no queda casi nada de aquel adolescente que se enamoró perdidamente de ella, pero hoy, cuando se ha subido en mi taxi, tras casi cincuenta años, no he podido dejar de sentirme como aquel adolescente que fui. He esperado a que hablará para que su voz me confirmara que lo que yo había creído reconocer en esa señora madura, no era una más de las múltiples percepciones equivocadas que he tenido durante todos estos años.

» Y su voz me lo ha confirmado.

» Debajo de las arrugas, de ese aspecto elegante, pero similar al de muchas otras mujeres de clase media de esta ciudad, yo había visto los rasgos de la muchacha que una vez fue y su voz seguía conservando ese timbre inconfundible, especial. Mi corazón ha dado un vuelco de nuevo, como aquel día, y por unos segundos he pensado que me iba a dar un infarto e iba a morir allí mismo, delante de su mirada horrorizada. Afortunadamente he conseguido comportarme como una persona civilizada.

» Nunca llegué a saber su nombre, aunque cuando escuché por primera vez a Serrat cantar "Lucía", decidí que ella era mi Lucía y, para mi mismo, empecé a llamarle así. Hoy he estado a punto de llamarle Lucía y después le he contado que yo era originario de mi pueblo; y que allí repartía el pan los veranos; y que creía que ella era una muchacha que había pasado allí un verano; y que yo la llevaba el pan todas las mañanas. Ha tardado unos segundos en recordarlo o, al menos, en decir algo. Quizá estaba tan sorprendida que no sabía qué hacer, ni qué pensar. A lo mejor a llegado a pensar que yo estaba loco. Pero después de esos instantes de desconcierto, he notado en sus ojos reflejados en el retrovisor y en el timbre rejuvenecido de su voz, que volvía a aquel verano de su adolescencia. Quizás, como a mí, le ha parecido que este día gris de ciudad recuperaba algo de la luz ingenua de aquel verano, de ese tiempo muerto y muy vivo a la vez de los veranos de la infancia y adolescencia.

» Ella ha estado muy correcta. Me gustaría poder decir que ella, sin poder retener unas lágrimas, me había confesado que ella también me amaba y que nunca me había olvidado después de aquel verano. Pero la vida no es así. No es fácil hacer coincidir a más de un loco al mismo tiempo en un taxi y hoy ese papel estaba reservado para mí. Creo que sí que puedo decir que no mentía cuando me ha dicho que sí me recordaba; y que también era sincera la actitud cariñosa y nostálgica con la que escuchaba mi historia. No me engaño y sé que cuando me ha dicho que el local delante del que nos hemos parado, una confitería elegante y clásica, era suyo y que allí podía encontrarla si necesitaba cualquier cosa, estaba simplemente siendo amable, quizás abrumada y un poco asustada por una adoración que ella no había solicitado ni esperado.

» Al llegar a su destino, cuando me he negado a cobrarle la carrera, ella me ha dado la mano y he notado que la dejaba ahí más tiempo de lo normal, como dudando, antes de tirar suavemente, pero con firmeza, para acercar mi mejilla y depositar en ella un beso ingenuo, infantil y maternal al mismo tiempo.

» Mi historia con ella ha acabado, esta vez creo que para siempre, de la misma forma que empezó. Me he vuelto a ruborizar y, al final, he olvidado preguntarle su verdadero nombre, arrancando un poco bruscamente mientras ella se alejaba, casi huía, creo que esta vez también un poco avergonzada de su atrevimiento.

» Para mí seguirá siendo Lucía, la que nunca he tenido y la que perdí.

» Es curioso, tantos años esperando a que suceda algo y tiene que suceder cuando ya había tirado la toalla. Hace poco más de un mes, cuando cumplí los sesenta, decidí de forma solemne que esto era una estupidez y que ya estaba bien de seguir persiguiendo el mismo sueño desde los quince años.

» Luego se han subido ellos dos al taxi. Hemos llegado al aeropuerto, pero no sabría decir que trayecto hemos seguido, ni si había tráfico o no. Supongo que los años de profesión sirven para algo y el piloto automático ha hecho su trabajo. Mientras tanto, yo sólo podía pensar en ella y en lo que me acababa de pasar.

» Ahora estoy en mi taxi, a una orilla del camino, completamente desorientado. Hace unos minutos, tal vez muchos, que estoy aquí sentado, sin saber qué hacer con mi vida. Mezclando la alegría de haberla vuelto a ver con la certeza de que éste es el final.

» Todavía quiero a esa muchacha que conocí, aunque no estoy seguro de poder seguir amando a esa señora que he visto hoy»


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«Tiene cojones. Te levantas a las cinco de la madrugada. Coges un taxi, después un avión, después otro taxi y llegas a visitar a unos estirados de mierda, que te miran por encima del hombro, snobs y pretenciosos como si hubieran descubierto la ciencia ellos mismos y tú sólo fueras un pobre vendedor, un pequeño estafador de feria, que se quiere hacer pasar por alguien de su círculo. Después de aguantar durante un par de horas su mirada condescendiente y su falsa amabilidad e interés, mientras C. hacía su exposición, salimos a la calle deseando huir cuanto antes hacia el aeropuerto y paramos un taxista loco.

» Bueno, loco del todo igual no estaba. Pero un poco tarado sí. Mira que nos empieza a contar su vida. Hay cosas que te pasan y no te las puedes creer. El tío parecía recién salido de una novela de esas inverosímiles de García Márquez. Nos aseguraba que lleva pillado con la misma tía desde hace casi cincuenta años. Imagino que, puro amor desbordado, como de bolero, pero a la catalana. Pero lo peor de todo es que era un amor platónico y que no la había visto, ni oído
desde entonces. Ni siquiera sabía exactamente quien era.

» Y resulta que la acababa de ver. Que se ha subido a su taxi justo antes que nosotros y se acababa de bajar unos metros más atrás del lugar donde nos ha recogido. Por un momento he pensado que el tío estaba jarú y que esta historia se la iba contando a todo el mundo. Después de los años que llevo conociendo personajes increíbles al volante de un taxi en Madrid, he pensado que Barcelona también tiene derecho a su cuota de taxistas raritos. Luego he pensado que igual había bebido, lo que es casi peor.

» Pero la cosa es que el buen hombre era muy educado y parecía bastante normal, salvo por el detalle de que nos estaba contando aquella historia. Sí que es verdad que ha empezado muy poco a poco y pidiendo disculpas por no poder evitar callarse. Estoy por decir que, si C. no le llega a dar pie para seguir, hasta puede que se hubiera callado. Yo le miraba a él y luego a C. y la verdad es que, poco a poco, he empezado a creerme lo que estaba contando.

» Menuda mierda. Al final estaba a punto de ponerme tierno y darle un abrazo al pobre hombre. Le he visto tan solo en esa historia de amor desesperado (y desesperante), que parecía sacado de una película. Si no era verdad lo que nos contaba, el tío es un actor cojonudo.

» La cosa es que al final sospecho que a C. también le han entrado ganas de darle un abrazo, más que nada por la cara de entregado a la causa que se le iba poniendo según el viejo nos contaba cómo había pasado todos estos años esperándola. Al final ni él ni yo nos hemos atrevido a hacerlo. Como tíos moderados y discretos que somos, nos hemos bajado del taxi sin demasiada ceremonia, balbuceando algo parecido a un mensaje de ánimo para este hombre, pero sin atrevernos siquiera a darle un buen apretón de manos.

» Tiene cojones la cosa. Sales de casa desanimado, pensando que vas a vivir un día hipócrita haciéndote el amable con personas a las que, en el fondo, desprecias y que sabes que van hacer lo mismo contigo y resulta que luego vuelves a casa desanimado de nuevo, pero esta vez porque, para una vez que conoces a alguien de carne y hueso, necesitado de un gesto, de algo de cariño, no eres capaz de reaccionar a tiempo.

» Al final, C. y yo hemos hecho el resto del viaje, incluida la espera en el aeropuerto, muy callados, con la nariz hundida en nuestros periódicos, cada uno como con miedo a que el otro se diera cuenta de que nos hemos puesto un poco tiernos y nostálgicos con la historia del taxista.

» Y para redondear el día, estoy encerrado en un taxi de nuevo, atrapado en un atasco mientras la noche se vuelve más y más oscura. Tengo que confesar que echo de menos al taxista enamorado de Barcelona. Éste de ahora es uno de modelo estándar. Por el olor, cuando no tiene pasajeros, fuma puros en el coche y, además, no es partidario de limpiarlo o ventilarlo muy a menudo.

» Menos mal que, por lo menos le ha dado por poner deportes en la radio. Creo que si me llega a tocar uno facha, con el profeta de turno en la emisora de siempre e intentando meterme en una charla sobre política, hoy me había metido y la habíamos armado.

» Después de un prólogo poético, no estoy para que me toquen los cojones con prosas tendenciosas.»

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lunes, 31 de marzo de 2008

Engañar al reloj

Esta mañana me ha costado levantarme el doble que ningún otro día.

Después he andado por casa absolutamente despistado, como si una membrana me envolviera y me separara del resto del mundo.

A las niñas y a mí nos ha costado salir y llegar al cole también más que el resto de los días.

Casi me duermo en el metro y no me he enterado de nada de lo que he leído mientras iba en él.

Al salir, iba por las calles desorientado y confuso, como si se tratara de un lugar extraño y no del mismo que recorro desde hace años.

He llegado a la conclusión de que hoy mi cerebro funciona con una hora de retraso.

Aunque lo intenten, no se puede engañar al reloj y robarle una hora. Al menos, al que llevamos dentro.

(aunque el de pulsera también se ha vuelto un poco loco y, para aumentar mi confusión, ha decidido que hoy es día uno en lugar de treinta y uno)

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martes, 25 de marzo de 2008

"Elena no tiene pueblo (y yo tengo por lo menos tres)"

Esta mañana me contaba mi hija pequeña que Elena, una de sus amigas del cole, "no tiene pueblo".

Ella, mientras, estaba muy ufana porque tenía por lo menos tres: uno por cada lugar donde viven sus abuelos paternos y maternos y solemos pasar temporadas vacacionales, incluyendo la "casa del pueblo" de mi madre.

En un recuento más generoso llegaba incluso a siete "pueblos", al sumar lugares en los que hemos estado sólo de forma más ocasional, como los pueblos natales de mis suegros, la casa en el monte del tío P. (que para ella es un pueblo distinto) y, en el extremo de lo que yo podía haber imaginado, el pueblo/ciudad donde vive una prima ¿tercera? (estamos hablando de una hija de mi prima), en el que no ha estado nunca más de unas horas, pero por el que pasamos cuando vamos a uno de los pueblos "de verdad".

He descubierto que, en Madrid, tener un pueblo es algo imprescindible e incluso, al menos en las clases de segundo de infantil, una "riqueza" de la que se puede presumir. Yo recuerdo mi infancia en preescolar en la que presumíamos de que teníamos un hermano mayor o un primo que sabía kárate y, en buena lógica, "le podía" al hermano o primo del compañero de clase.

Ahora parece que de lo que hay que presumir es de tener pueblo, aunque, algunas veces no me acaba de quedar clara la ventaja de tener varios pueblos, mucho menos si están a varios cientos de kilómetros del lugar donde vives y al que, desgraciadamente, tienes que volver después de las vacaciones.

Reconozco que esta duda no me asalta cuando se trata de vacaciones de verdad, en las que veo las ventajas claras de tener "pueblos", pero sí que lo hace si se trata de mini vacaciones.

Y es que creo que, en parte, estos pueblos, múltiples y relativamente distantes, son los culpables de que esté más bien cansado después de estas supuestas vacaciones de Semana Santa.

Como las niñas tenían vacaciones la semana completa, pero nosotros no, fuimos el fin de semana anterior, el del Domingo de Ramos, para dejarlas en casa del hermano de A. (¡muchas gracias, por cierto!). El domingo nos volvimos a Madrid A. y yo solos, pero no sin antes haber pasado por casa de mi madre el sábado. Ya llevábamos los primeros 900 kilómetros de coche y no habíamos hecho más que empezar.

El jueves a primera hora salimos de nuevo para el pueblo de A., recogimos a las niñas, comimos con la familia y, esa misma tarde y ya con las niñas, salimos para el "pueblo pueblo" de mi madre, que está a unos 110 kilómetros, en la montaña de Castilla y León. La idea era estar allí algún día, pero intentando esquivar la nieve que anunciaban a partir de la noche del viernes. Así que sólo pasamos allí día y medio (una noche) y el viernes por la tarde nos volvimos a casa de los padres de A.

En ese momento ya llevábamos bastantes más de 1.500 kilómetros.

El domingo por la tarde, de nuevo de vuelta a Madrid, pasando por nieve en el norte y, especialmente, el gran atasco cuando ya nos empezábamos a acercar a Madrid.

El resultado de tanto ir y venir, más de dos mil kilómetros en poco más de una semana, es que tengo la sensación de no haber descansado nada. Más bien todo lo contrario.

Pero, bueno, al menos hemos estado con la(s) familia(s).

Y, además, mi hija la pequeña podrá presumir en clase de que, durante estas vacaciones, ha estado en tres de "sus pueblos" .

Siempre es un consuelo.

...

lunes, 10 de marzo de 2008

Alta traición

Hace ya muchos años que mi sentimiento patriótico está más que venido a menos. Sospecho que nunca lo he tenido. Quizá se ha tratado de una reacción de protección ante el ambiente que me invitaba a tener una fuerte identificación nacionalista o simplemente una muestra de realismo y capacidad crítica: me gustan, amo y valoro las realidades, pero no es fácil convencerme con ensoñaciones que, en muchos casos, además esconden intereses inconfesables o, al menos, poco claros.

Durante muchos años la mejor representación que había encontrado de mi forma de sentir y vivir mi relación con mi mundo y mis gentes era un poema del mejicano José Emilio Pacheco, cuyo título, "Alta traición", he usado para encabezar este post.


Alta traición (José Emilio Pacheco)

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto
es inasible.

Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.

Bueno, en realidad, lo mío era bastante más ligero. Yo creo que, como mucho, daría la vida sólo por "cierta gente" (muy poca me temo) y nunca por cosas y menos "fortalezas". Pero si no lo interpretamos literalmente, recoge esa idea de que uno puede estar estrechamente identificado con cosas y personas sueltas, sin necesidad de subirse al carro de esas patrias prefabricadas que nos proponen. Que es posible sentirse vinculado a lo propio, integrado en una realidad que encaje en un modelo personal, compartida en parte con tus conciudadanos, pero sin ser un fiel seguidor de consignas externas.

En los últimos días, como siempre que hay unas elecciones a la vista, me he visto revisando algunas de mis convicciones cívicas. Creo que, a estas alturas de mi vida empiezan a ser bastante fijas, pero nunca se sabe. Al fin y al cabo estoy en esa edad central en la que la literatura de autoayuda habla de replantearse el resto de la vida y revisar lo que hasta ahora parecían firmes principios.

Como os decía, uno de mis "firmes principios" hasta ahora era que quizá no amaba mi patria, que ni siquiera estoy seguro de cuál es. Sospecho que, en el caso de que haya algo que yo pueda llegar a llamar patria, se trata de una realidad superpuesta, cambiante y multiforme, hecha de una mezcla de personas, tiempos y lugares, sin respeto a fronteras, distancias ni otras convenciones distintas de mi identificación personal y absolutamente intransferible, pero a la vez cambiante y dispuesta a enriquecerse con nuevas personas y lugares.

Es más, algunos ratos, en realidad una o varias veces casi todas las semanas, no podía (no puedo) evitar odiar una parte de mis varias supuestas patrias superpuestas. Pero a pesar de todo, no llegaba a sentir desapego y me parecía una irresponsabilidad que no podía permitirme el desentenderme de lo que estaba pasando.

Por esa razón nunca he dejado de votar cuando hay elecciones.

En general suelo votar a la opción que considero "menos mala". Para poder hacerlo mantengo un comportamiento inalterable: no sigo los debates, las campañas y esas cosas, porque pueden llegar a conseguir que no vote a nadie. No soporto a los políticos en campaña y algunos los están todo el año. Puro populismo demagógico, salvo contadísimas excepciones. Incluso cuando detrás haya propuestas serias e interesantes o personas con fundamento, la mayor parte de las veces la locura electoralista y las consignas simplistas de sus asesores les hacen parecer vendedores tramposos de teletienda y no puedo dejar de preguntarme si no estoy entregando mi voto a un timador irresponsable o, lo que casi es peor, incompetente.

Pero bueno, es lo que hay. Como al final va a salir alguien elegido y prefiero que sea el que me produce menos rechazo. Y en eso sí que hay [muchas] diferencias.

Voto "a la defensiva". Pienso que si te abstienes o haces una supuesta protesta individual subversiva como tachar los nombres de las papeletas o votar a partidos ridículos como el de los "no fumadores" (os juro que ayer lo vi en las papeletas electorales), lo único que estás consiguiendo es renunciar a "defenderte" a ti y a los tuyos de los que tienes muy claro que sí que son una opción peor.

Y lo peor de todo es que tu acto de rebeldía individual no tiene ninguna repercusión: no existe. No sumas nada y ni siquiera consigues restar.

Por eso, sigo pensando que es peor desentenderse que equivocarse. Al menos, votar a alguien me da derecho a sentirme defraudado cuando, previsiblemente, haga tonterías con las que no estoy para nada de acuerdo.

La democracia es lo que tiene. Aunque muy poco, tienes derecho a decidir. Eso no quiere decir que controles lo que pasa, pero algo sí que puedes hacer o intentar hacer.

No sucede lo mismo con otras cosas.

Por ejemplo, la Iglesia (la oficial) sólo te deja la opción de no participar. Yo tengo la convicción de que si nos hubieran dejado votar a todos los que alguna vez nos hemos sentido parte de ella, no estarían al frente personajes como Rouco o Ratzinger, más interesados en el pecado, el infierno y la represión de la felicidad, que en traer la justicia o el amor al mundo. Si nos hubieran dejado votar, es muy probable que siguiéramos dentro y que la Iglesia no tuviera una emisora de radio que sólo difunde el odio al otro, al distinto y despierta sin pudor fantasmas que parecían del pasado o de estados culturales superados como el racismo y la xenofobia tribal.

Por eso, cuando el otro día leí el artículo de Maruja Torres en El País ("Por favor"), llegué a la conclusión de que está vez tenía que ir a votar también para defender a todos los cristianos de buena fe de Rouco y de sus amigos. Para defender a la gente sencilla y buena, que cree en las cosas y que sólo quiere eso, ser buena gente. Para defender a la gente que va a ver un Jesucristo Superstar distinto de lo que pide la ortodoxia, con unos apóstoles que son la mitad mujeres, y sale con un subidón de fe, como me confesaba una vecina.

Suma y sigue. Más razones para no estar al margen.

Y, aunque me pase como a Elvira Lindo ("¿Qué es lo que yo espero?") que no espero que los políticos cumplan con sus a veces ridículas promesas electorales, como ella, soy de esos a los que "nos basta con que las personas nos ofrezcan la confianza suficiente como para pensar que nos ayudarán a pasar mejor una crisis y que aumentarán, en la medida de lo posible, el bienestar de los más desfavorecidos".

Por eso, sigo manteniendo algunos principios firmes, a pesar de mis cuarenta y tantos.

Sigo pensando que hay que defenderse de los peores optando por los menos malos.

Otra cosa, al menos en mi caso, sería una traición.

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martes, 12 de febrero de 2008

Noches agitadas


Hay noches, normalmente después de días en los que empiezas muchas cosas y no acabas ninguna, en las que los sueños parecen seguir la misma dinámica.

Hay noches de sueños enloquecidos y despertares repentinos.

Hay noches de más y más vueltas.

Hay noches, como siempre, cortas pero que, por momentos, se hacen largas.

Hay noches que, cuando suena el despertador, desearías que comenzaran de nuevo.

(A ver si, en una segunda vuelta, te dejan por fin descansar)

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Post "interruptus"


Hay días en que uno no sabe muy bien por donde empezar.

Hay días en que las cosas se amontonan sin orden y concierto y pasas horas enteras intentando sólo no desaparecer aplastado por ellas.

Hay días en que empiezas muchas cosas y no acabas ninguna.

Hay días en que ...


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viernes, 8 de febrero de 2008

Frenética actividad


Ya lo sé: me había prohibido a mí mismo hablar de trabajo en este blog.

Sin embargo no puedo evitarlo, ya que últimamente el trabajo ha vuelto a inmiscuirse en mi vida privada y es el único ingrediente que le faltaba a mi ya de por si "intensa" vida privada.

Os hablaba ya hace unos días, demasiados, de los cuadros por colgar, de la pequeña transformación en casa que "ya puestos" se hizo grande, de los diversos asuntos pendientes.

Desde entonces, se han ido sumando otras ocupaciones más: viajar un fin de semana con los amigos para asistir a una fiesta muy especial, preparar disfraces o atrezo de Carnaval y, sobre todo, trabajo, reuniones, cursos y más trabajo.

Tal es el barullo que me he montado conmigo mismo, que, a estas alturas, sigo sin haber tenido unos minutos la cabeza despejada para pensar en qué contaros.

Este post sólo es para deciros que no he cerrado, que este blog sigue abierto, que espero que algún día hasta tenga algo que contaros.

Por el momento, sigo buscando, pero sólo en los ratos libres, que, ahora mismo, no existen.

Malos tiempos para la lírica.

Otros vendrán ... espero


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viernes, 11 de enero de 2008

Ya que nos ponemos


En contra de los que pueda parecer, una de las frases más peligrosas que uno puede oír o pronunciar él mismo es el aparentemente inofensivo "Ya que nos ponemos ..." o sus variantes ("Ya puestos ...", "Una vez que empezamos ya no lo vamos a dejar a medias", "Una cosa lleva a la otra y ...", ...)

Lo digo por experiencia propia y reciente.

Todo empezó porque el sofá azul estaba en un estado lamentable después de diez años de malos tratos, dos hijas pequeñas, una mudanza y la colaboración desinteresada de una chica boliviana, por lo demás majísima.

Pero, "ya que nos poníamos" ... igual era mejor pensar en cambiar los sillones de cuadros que estaban a su lado. Y "ya puestos", a lo mejor había que cambiar la disposición de los muebles. Y "puestos en la labor", la alfombra también estaba pidiendo un reemplazo; y la mesa; y el mueble de la tele; y una de las lámparas del techo; y, a lo mejor, aquel armario quedaba mejor aquí; y  ...

Y, por supuesto, había que pintar, pero "ya puestos" ... mejor pintar toda la casa; y cambiar la mitad de las cortinas; y las luces de la cocina; y, al cambiar los colores de las paredes y la disposición de los muebles, habría que mover de sitio o reemplazar los cuadros de las paredes de toda la casa; y ...

El resultado de un inocente gesto como mover un sofá de sitio (todavía ni siquiera tenemos el nuevo) es que tengo un montón de libros metidos en cajas y ocupando el pasillo, todos los cuadros de la casa apoyados en las paredes de mi habitación, dos bombillas colgando de casquillos en la cocina y una lista de "asuntos domésticos pendientes" que amenaza con superar en dimensiones a la de las campanillas del Outlook que cada día me saludan al llegar a la oficina.

Estos días estoy más convencido que nunca de que la mayor parte de nuestros actos y obligaciones en la vida (y alguna de sus alegrías) no tienen una explicación sencilla y que la secuencia lógica de acontecimientos que te han llevado a ellos es tan alambicada que la mayor parte de las veces parecen seguir una lógica difusa o poética (mágica decían otros), pero, desde luego, no racional.

Un día normal, y sin haberlo previsto, conoces a alguien en un curso, le sonríes, empiezas algo que parece una simple camaradería y ... "ya puestos" "una cosa lleva a la otra" y, casi veinte años después, estás viviendo con ella y dos hijas comunes en una ciudad que está más de cuatrocientos kilómetros de tu casa original y del lugar en que os conocisteis.

Cada vez estoy más seguro de que es un disparate o, al menos, una pérdida de tiempo intentar planificar las cosas. Los acontecimientos se empeñan en tener su propia dinámica y arrastrarse unos a otros y a ti con ellos.

Al final, lo único que cabe es tener una buena capacidad de reacción y mucha suerte para agarrarse a las cosas buenas que te van pasando y esquivar o recuperarse lo más rápidamente posible de las malas.

No sé si es una teoría muy científica. De hecho, yo sólo había empezado a escribir un post sobre el pequeño lío doméstico que hemos montado casi sin haberlo previsto y, como "una cosa lleva a la otra", "ya puesto", he acabado haciendo teoría general que no estaba en el guión original.

No soy capaz de planificar ni el contenido de una página, pero es que "ya que me pongo ..."

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