martes, 31 de marzo de 2009

Fotos


No puedo evitarlo: una vez más, me pongo a pensar en escribir y estoy viendo que me va a volver a salir algo triste o, al menos, melancólico.

Y sé que me voy a ganar una nueva queja por parte de alguna de mis lectoras (los hombres, o no me leen o, al menos, no lo confiesan).

Pero no lo puedo evitar, así que sigo con lo mío.

Lo que os quería contar es que hace un rato me he quedado mirando, casi sin darme cuenta, algunas de esas fotografías que tenemos por ahí en un marco desde hace años y a las que normalmente no hago ni caso. Hoy, no sé por qué, mis ojos se han detenido en una foto de mis dos hijas, hace ya por lo menos tres años, abrazadas debajo de una toalla azul y muy sonrientes. Tan frágiles y tan felices que no he podido evitar echar de menos las oportunidades que ya he perdido de disfrutar de ellas. 

Un par de estanterías más arriba, mis ojos se han parado en otra foto en la que abrazo a mi hija mayor, y entonces única, con el mar de fondo. Ella está feliz, refugiada en mi abrazo protector, y es diminuta si la comparo con la niña de ocho años que es ahora. En cierto modo, ni ella ni yo somos ya los mismos. Ni yo soy tan grande ni ella tan pequeña que parece apenas una muñeca a mi lado. Y he vuelto a tener esa sensación de tiempo desaprovechado sin disfrutar todos y cada uno de los minutos que estábamos juntos.

A veces pienso en todo el tiempo que nos pasamos "peleando" con esos pequeños monstruos que pueden llegar a ser. Intentando que coman, que se vistan, que dejen de dar la lata, que estudien, que dejen de ver la tele, de saltar por la casa o, al menos, de tomarnos el pelo. Lo comparo con el tiempo que dedicamos simplemente a disfrutar los unos de los otros y me da la sensación de el saldo es muy negativo, que desaprovechamos demasiadas oportunidades.

No sé por qué razón, creo que pasamos más tiempo intentando cambiar a las personas que queremos que disfrutando de como son.

Y hoy, quizá más que nunca, tengo una sensación imprecisa. No sé exactamente cómo describirla, pero es algo así como que me da la impresión de que perdemos tiempo y oportunidades de ser felices sin más con las personas a las que queremos, necesitamos y nos necesitan. Y ese tiempo y esas oportunidades ya no vuelven.

Si me paro a pensarlo y me pongo muy racional, sé que es mi obligación hacer todo lo posible por ellas y eso incluye muchas veces dar consejos y hasta órdenes, echar broncas, poner límites y castigar de alguna forma las malas actitudes. Todo lo que sea necesario para intentar que cometan la menor cantidad posible de errores, para que aprendan a distinguir lo que está bien de lo que está mal, para que no se hagan daño a si mismas y a los demás.

Pero, en momentos como éste, me entran ganas de saltarme las normas, de disfrutar sin más cada segundo de su compañía, de consentirlas y de extraer todo el cariño que sean capaces de darme, incluso con malas artes y sobornos. 

Al final me pierde el sentido común, me doy cuenta de que es una actitud muy egoísta y que, en el fondo, está mal.

A veces me gustaría ser menos racional y poder vivir todo el tiempo como en esas fotos: con una eterna sonrisa y disfrutando de esos abrazos como si fueran lo único importante.

...