lunes, 17 de noviembre de 2008

Fechas (post "de desagravio")


Resulta que soy un desastre para las fechas, los números, ...

No es algo nuevo ni mucho menos. A algunos de vosotros creo que ya os he contado que una vez me olvidé hasta de mi propio cumpleaños. En ese caso era seguro que la razón no era la edad, ya que, aunque no lo recuerdo con precisión, debía tener unos diez u once años y sólo descubrí que era mi cumpleaños porque me llegó una postal (eran aquellos tiempos en que aun se mandaban felicitaciones por escrito porque en algunos sitios no había teléfonos).

En los últimos años, lo compenso apuntando todo por duplicado o triplicado: en el móvil, en el Outlook de la oficina, en papeles que sujeto con imanes al frigorífico, ... 

A veces, a pesar de todo, falla el método. He comprobado que especialmente si es domingo.

El último despiste en mi historial, de ayer mismo, es el cumpleaños de una de las principales y más constantes seguidoras de este blog. Incluso, a riesgo de equivocarme, creo poder asegurar que es la persona, que se esconde detrás del "anónimo" autor del último y uno de los pocos comentarios que tiene (por cierto, muchas gracias).

Así que, ya sé que suena a disculpa repetida, pero no tenía más remedio que escribir este post para intentar compensar de alguna forma mi despiste.

Ya sabes que te mereces que te deseemos felicidad (mucha). A mí, desde luego, me hace un poco más feliz el saber que de vez en cuando te pasas por aquí e incluso algunas cosas de las que escribo te interesan.

Felicidades.

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domingo, 2 de noviembre de 2008

Tiempo para pensar


Es curioso, uno encuentra a veces las respuestas donde menos las espera.

El otro día estaba en una reunión de la que no esperaba nada. Fui sólo con el objetivo de salir de allí cuanto antes, de no perder demasiado tiempo. Las personas que hablaban eran de ese tipo de las que crees que no vas a sacar nada nuevo o, por lo menos, nada que te pueda servir. Sin embargo, una de ellas dijo, como sin querer, algo que me lleva haciendo pensar desde entonces. No soy capaz de repetir sus palabras exactas, pero desde entonces me han hecho pensar bastante.

Quizá es esta época del año, con el invierno llamando a nuestra puerta, los primeros fríos intensos, la lluvia cayendo para volverlo todo más frío e incómodo o simplemente que vivo rodeado de gente que tiene problemas que tienen más que ver con cómo se sienten que con otro tipo de necesidades más físicas, yo mismo entre otros. Personas que ya tienen calefacción, pero que siguen necesitando calor humano, cariño o simplemente comprensión.

Lo cierto es que esa persona dijo algo así como que vivimos una vida llena de ocupaciones y horarios, de deberes y obligaciones, de compromisos y citas, de retos y esfuerzos, pero que casi siempre acabamos dejando a un lado lo más importante: compartir esa vida y sobre todo nuestros sentimientos con las personas que nos rodean. Que, por ejemplo, vivimos preocupados por conseguir para nuestros hijos todo menos lo que ellos más necesitan, que es estar con nosotros y que les escuchemos, que les abracemos y juguemos con ellos.

Dándole vueltas a lo que dijo, se me ocurren más ejemplos, como que invitamos a nuestros amigos a lo que haga falta, pero no siempre a compartir los sentimientos. Que preguntamos a nuestros familiares cómo se sienten de salud o en qué ocupan su tiempo, pero nos cuesta muchísimo escucharles cuando nos responden, especialmente si nos hablan de sus sentimientos. Yo personalmente, cuando alguien tiene la valentía de contarme de verdad como se siente, la mitad de las veces empiezo a quitarle hierro y a dar consejos antes de haber acabado de escuchar cómo se sienten.

No sé si es pudor. No sé si es miedo a que su desánimo se me contagie. No sé si es simplemente prisa para poder pasar cuanto antes a la siguiente ocupación. Lo que sí sé es que, por ese procedimiento, acabo pasando por la vida de una forma superficial, preocupándome por las necesidades prácticas mías y de los demás, pero dejando para mañana otras necesidades, como la de pararse a pensar, la de escuchar a los demás lo que de verdad esperan de mí, la de querer a fondo y sin prisas a los que me quieren. Bueno, es peor que eso. Hago como por puro trámite esas cosas: pienso lo imprescindible, escucho lo justo para no parecer insensible y quiero, pero con prisas, a las personas que están a mi alrededor. Pero siempre estoy demasiado ocupado, un poco enfadado y con prisa por llegar a algún sitio o resolver alguna necesidad, cumplir algún compromiso o simplemente descansar.

No me siento un bicho raro, es más, creo que este tipo de comportamiento es de lo más habitual. Es lo que hacen muchas otras personas que se preocupan por los demás (no incluyo a aquellos que sólo piensan en su interés). En cierto modo, somos como los déspotas ilustrados: trabajamos para aquellos a los que queremos, pero sin mezclarnos mucho con ellos. Pero nos puede pasar lo mismo que a algunas "perfectas anfitrionas" que conozco: trabajan tanto para hacernos la vida más fácil y agradable, para tenerlo todo en su punto, que no lo comparten con nosotros, porque siempre están ocupadas dejándolo todo perfecto para que lo disfrutemos. El problema es que nosotros no habíamos ido sólo a estar a gusto o comer en sus casas, habíamos ido, sobre todo, a estar con ellas.

No sé. Estos días no dejo de pensar y creo que eso, en si mismo, ya es bueno.

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