jueves, 21 de marzo de 2013

Notas de viaje


Otra vez, camino del aeropuerto, me entran ganas de volver a coger bolígrafo y un papel.

Quizá escribir es eso, una forma más de viajar. Están los viajes de verdad y los viajes imaginados, los que se viven sólo en el interior de uno mismo.

Escribir es una forma de viajar sólo. Es probable que no haya nadie más sólo que el que se enfrenta a un proceso creativo individual. Se trata de algo íntimo, uno solo ante sus recuerdos, sus habilidades limitadas, sus trampas y recursos, sus pudores, ... todos ellos conspirando o ayudando para que salga algo que, para lo bueno o para lo malo, siempre se lleva parte de uno mismo.

Viajar, y sobre todo viajar solo, es la gran oportunidad de encontrarse con uno mismo.

Viajar es como envejecer, pero a gran velocidad y con derecho a vuelta: tu contexto, todo lo que te rodea se vuelve diferente, evoluciona, se transforma y tú, con los mismos ojos, ves como las cosas cambian, como la realidad se vuelve otra, al mismo tiempo ajena y ligada a ti, sin que puedas hacer gran cosa para controlarla o para evitar que ella, poco a poco o de golpe, te cambie a ti.

Escribir, a veces, también es un viaje interior. Es entrar en un mundo paralelo, en el que pasan cosas o fluyen ideas y palabras ligadas a ti, pero al mismo tiempo ajenas desde el momento en que están escritas. Palabras e ideas que te llevan a mundos de los que puedes volver, pero de los que la persona que vuelve no es exactamente la misma que la que se fue.

No estoy seguro de si hay algo de cierto en lo que he escrito hasta ahora o sólo es una idea que se me ha metido hoy en la cabeza. Sólo sé que, en mi caso, las pocas cosas que escribo, suelo hacerlas mientras viajo solo.

Quizá sentirme extraño y en movimiento me pone en un estado más próximo al que necesito para crear.

Quizá sentirme extraño y ajeno al mundo que me rodea sea parte de lo que hace fluir palabras e ideas.

No deja de ser una desconcertante y, al mismo tiempo, feliz sensación.

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