jueves, 28 de mayo de 2009

Ganas de hablar, taxistas y aeropuertos

Este ya es mi tercer día en Canarias y también el tercer aeropuerto, la tercera compañía aérea diferente, la tercera charla-reunión sobre el mismo tema y … el tercer taxista que me cuenta su vida.

Ahora tengo un agravante, hay un avión para Madrid, que debería coger, y que todavía no ha llegado. Afortunadamente no es el tercer retraso, porque el resto de los aviones ha funcionado bien. Este detalle es importante, porque en tres días he estado en tres islas diferentes y he tomado, incluyendo el que espero en este momento, un total de cinco vuelos distintos.

He conocido el aeropuerto, la carretera que lleva de él a la correspondiente capital y dos o tres calles de Lanzarote y Fuerteventura, además de Gran Canaria, que ya conocía.

Ahora estoy en el último y más visitado de los aeropuertos (cada noche he vuelto a dormir en Las Palmas) y espero llegar más pronto que tarde a mi casa, que empieza a parecer un objetivo inalcanzable. En este momento estoy sólo, mirando de vez en cuando a una pantalla de esas múltiples de los aeropuertos, en la que aparece mi vuelo como retrasado y sin mucha más información y me acuerdo de la gente que he conocido estos días. Todos amables y con deseos de agradar, más o menos. Pero, entre todos ellos, han destacado los taxistas.

Una vez más, me he enterado de las vidas o de parte de ellas de varios taxistas. De media, los taxistas son unos personajes extraños que te acaban contando la mitad de su vida a la primera de cambio. Pero creo que nunca había conseguido tal concentración de historias en tres días.

Vuelvo a casa con tres biografías, varios apretones de manos de chofer profesional y dos números de móvil nuevos, ya que los taxistas canarios, además de contarte parte de su vida, se empeñan en volver a llevarte en su coche al día siguiente o varias horas después.

Nada más llegar a Las Palmas me tocó el primero de estos personajes. Era bastante joven, quizá unos treinta años. Había sido camionero autónomo para Seur hasta hacía unos meses en que quedó en paro y buscó trabajo en el taxi. Ahora estaba perdidamente enamorado, según me contó a modo de saludo mientras respondía un SMS, imagino que de su novia o amante, en lugar de arrancar el coche. También me contó que había engordado veinte kilos desde que se dedicaba a esto; que estaba haciendo una dieta a base de fruta; que corría todos los días cuatro kilómetros en un parque; que estaba leyendo "Caballo de Troya" y enganchado a él, me dio la impresión de que desde hace varios meses (parece más un atasco que un enganche); que no había conseguido acabarse "Crimen y castigo"; que le perdía para su dieta el asado de pata que ponían en un bar más o menos cutre en las cercanías del aeropuerto; que había visto cuatro veces seguidas "El último samurái" en su época de camionero cuando iba con el camión en el ferry que une Las Palmas con Santa Cruz de Tenerife; que … ¡yo que sé cuántas cosas más! Al final se acabó el trayecto y me quedé sin saber más detalles de su enamoramiento. Aunque igual le puedo llamar por teléfono para preguntarle, porque fue uno de los que se empeñó en dejarme su número de teléfono.

El siguiente taxista comunicativo no era un aborigen canario, sino un "godo", como nos dicen aquí a los peninsulares. Ni más ni menos que salmantino, y, fiel a su recio origen castellano, no llegó a esos extremos comunicativos, pero ya hizo sus pinitos y me llegué a enterar de sus orígenes, su llegada a Fuerteventura, su inicio en el mundo del taxi, sus opiniones sobre el turismo en la isla, …

El tercero y último es chileno, aunque tiene pinta de vivir en Canarias desde hace por lo menos treinta años. Casi acabamos de separarnos, después de un fuerte apretón de manos que se ha empeñado en darme junto a la maleta que sacaba del portaequipajes. Llegó a España por casualidad, después de embarcarse en Chile, Viña del Mar para ser exactos, en una aventura con su mejor amigo que les llevó a Dinamarca, para trabajar en un barco danés y recorrer medio mundo. El trabajo acabó y no todo era tan fácil en Dinamarca, así que cogió un tren hasta Hendaya. Desde allí otro a Bilbao, casualidades de la vida, y finalmente un autobús a Santander donde se suponía que iba a trabajar en algún barco que salía de allí para Chile. Cuando llegó a Santander, el barco ya no necesitaba marineros y tampoco había más barcos por allí que los necesitaran. Se acordó de una novia canaria, que probablemente podía haber sido un amor de paso si el barco de Chile no llega a fallarle, y decidió venir a Las Palmas a buscar trabajo. No sé cuantos años después, ha trabajado de soldador, en tierra; de mecánico de mantenimiento, de nuevo en un barco; de operario en una tabaquera, otra vez en tierra, y finalmente de taxista cuando la correspondiente multinacional absorbió la planta de tabaco y decidió cerrarla y trasladar la producción a algún país de Europa del Este, más barato. Ahora, muchos años después de su llegada, con dos hijos ya mayores, pero que aún viven en casa, y casado con la mujer que podría haber sido sólo un recuerdo, compra vino chileno en el Alcampo para curar su nostalgia y, por lo que he comprobado, se dedica a contarle su vida a los que se dejan, imagino que para huir de la soledad de las horas que pasa esperando en el taxi, sin hablar con nadie.

Y me diréis que a vosotros que os importa todo esto que os estoy contando: vidas (¿normales?) de personas anónimas. Pues probablemente lo mismo que a mí. Nada en especial. Os juro que yo no los he provocado, ni les he preguntado por su vida, ni casi les he respondido más de lo estrictamente necesario para ser amable. Pero debo de tener en la cara algo parecido a un cartel con el texto "señor taxista cuénteme usted su vida", porque, sin buscármelo, sé la vida de varios de ellos. Taxistas de Barcelona, París, Las Palmas de Gran Canaria, Madrid, Fuerteventura, Bilbao, Valencia, … me han contado en algún momento a lo largo de los últimos quince o veinte años su vida, el origen de sus mujeres o amores, sus preocupaciones familiares, … Y eso que no cuento a los que simplemente me han dado la chapa hablando de política o de futbol o del tráfico. Hablo sólo de los que me cuentan cosas que yo considero más o menos privadas y personales.

Supongo que tienen ganas de hablar, que están cansados de estar solos tantas horas sin hacer nada más que esperar, no sabiendo nunca si son dos minutos o dos horas lo que falta para salir corriendo quién sabe hacia dónde.

Y tengo que decir que ahora mismo los entiendo. Aquí, mirando el panel de mi vuelo retrasado, con no sé si cinco minutos o una hora por delante para salir corriendo hacia una puerta de embarque desconocida, me han entrado ganas de hablar con alguien y de contarle un poco de mi vida (sólo un poco, que soy muy pudoroso).

Así que me he puesto a escribiros.

Sólo es eso: ganas de hablar producidas por soledad, aburrimiento, esperas de duración imprecisa, retrasos, taxistas, aeropuertos, ...

sábado, 9 de mayo de 2009

Noches largas

No sé muy bien por qué, o sí que lo sé pero he decidido no contároslo aquí porque no es lo importante, pero el caso es que me ha costado mucho dormirme esta pasada noche y, como no podía dormir, he cogido el Ipod y me he puesto a escuchar música.

Cuando me lo compré, pensé que no quería uno de los pequeños, mucho más manejable, sino uno de los que ahora llaman "classic" con su pequeño disco duro, en el que caben muchos gigas. Lo decidí así, porque me apetecía meter en él toda o casi toda la música que pasara por mis manos, incluyendo cosas que no me gustan especialmente y que me habían llegado por casualidad, a través de mis sobrinos, amigos, curiosidades puntuales, … De vez en cuando, eso me permite darme a mí mismo sorpresas y descubrir o recordar canciones que unos minutos antes ni se me habían pasado por la cabeza.

Está noche de insomnio he ido a parar a un grupo de canciones que no escuchaba seguidas desde hace por lo menos veinte o veinticinco años. De allí he saltado a otras canciones de la época. Y de ellas, ya fuera del Ipod, a uno de los bares en las que solía escucharlas, a los amigos y amigas con los que las compartía, a las sensaciones de entonces, las buenas y las malas. Al recuerdo de tener toda la noche y toda la vida por delante para escuchar canciones, hablar con los amigos y arreglar el mundo en una oscura mesa, rodeados de humo y con un vaso en la mano.

Tengo que reconocer que me ha puesto un poco nostálgico volver a mis veinte años y volver escuchar, casi al final del recorrido, Suzanne de Leonard Cohen, casi con la misma pasión de entonces. Reconozco que, a pesar de mis clases de inglés, Leonard Cohen me sigue resultando incomprensible, pero la canción sigue resultando evocadora y muy especial. Llena de recuerdos de esa época tan especial en la que todo estaba por pasar.

Miro el tiempo transcurrido y, a pesar de todos los cambios, me doy cuenta de que sigo siendo el mismo y que lo que entonces me emocionaba me sigue emocionando ahora.

Aquellas también eran noches largas como ésta, pero eran voluntarias.

Aunque, en cierto modo, las mañanas eran incluso peores que las de ahora.

Son las ventajas de fumar y beber menos.