miércoles, 9 de febrero de 2011

Vuelo


Vuelo y, desde el aire, todo es insignificante.

Ciudades y pueblos, que, por tierra, requieren horas y curvas casi incontables para ir de uno a otro, se ven como si estuvieran uno al lado de otro.

Luce un sol espléndido, de tímida primavera adelantada o de invierno en tregua, porque se ven, no tan lejos, los picos de las montañas cubiertos de nieve.

Bajo mis ojos aparece un valle distinto del resto cubierto de una capa algodonosa. Una nube perezosa aun no ha sido capaz de levantar el vuelo pasadas las cinco de la tarde.

De repente me doy cuenta de lo simple, parcial e insignificante que es la percepción humana: seguro que los habitantes de ese valle piensan que el de hoy es un día gris, oscuro, frío y lleno de niebla, para ellos y para todo el mundo.

Yo, desde este avión, veo con claridad que, en el mundo en general, brilla un sol cálido y dorado y  sólo un espacio de unos pocos kilómetros cuadrados, casi despreciable a esta distancia y velocidad, está sumergido en la niebla.

Quizá eso pasa también algunas veces: sólo vemos las sombras que nos rodean, pero el mundo está lleno de luz a sólo un paso de nosotros.

¿O quizá no?