lunes, 22 de octubre de 2007

Ocho minutos


Este fin de semana he escuchado en la radio que el sol que vemos es, en realidad, el sol de hace ocho minutos.

La cosa tiene una explicación científica relativamente simple. De esas que entiendes en un sentido racional cuando te las explican, pero que jamás llegas a comprender de verdad, que no acabas de verlas como algo real.

Resulta que ahora, según esa verdad que entiendo pero no acabo de comprender, no me puedo fiar ya ni del sol. Resulta que, cuando creo que acaba de salir, hace ya ocho minutos que estaba ahí, espiándome sin que yo me diera cuenta. Resulta también que, cuando me quema o me deslumbra, lo hace con premeditación y alevosía; que ya llevaba ocho minutos preparándose para hacerlo.

A veces no sabe uno si fiarse de la ciencia o, mejor, hacerlo de su intuición.

Otras veces pienso que, en el fondo, me da lo mismo.

¿A mí qué me importa cuando salió la luz del sol de su sitio?

Lo que me importa es cuándo me llega; si me apetece dejarme envolver por ella y por su calor, como en estos días de otoño, o refugiarme en la sombra que, supongo, también será la del sol de hace ocho minutos.

Sin embargo, tengo que confesar que, según lo oí, me produjo cierta inquietud saber que la realidad que veo está iluminada por una luz "vieja".

Salvo por las noches (imagino).

...


1 comentario:

Anónimo dijo...

digo yo.. ¿qué más da que sea el de hace 8 minutos? Si en realidad siempre estuvo - está ahí, brillando, dándonos luz, abrazándonos, abraSándonos (en algunas ocasiones.. ). Y cuando no lo vemos, sólo tenemos que cerrar los ojos, y mirarlo con "otros ojos", los de dentro, y recordar cómo nos acaricia (así podemos dejar de ver algunos fantasmas). Un beso, L.