miércoles, 11 de abril de 2007

Extraños en un tren

Aunque pueda parecerlo por el título, no voy a hacer una nota sobre la película de Hitchcock o la novela de Patricia Highsmith.
Por si alguno no se acuerda, os la recuerdo.
Se trata de esa historia en la que dos extraños se encuentran en un tren y uno de ellos propone al otro (que en este caso sería yo) cometer un asesinato cruzado. Cada uno de ellos asesinaría a alguien que le molesta al otro y nadie sospecharía de ninguno de ellos. El otro, no se lo toma muy en serio y cree que la cosa ha acabado ahí. Pero un tiempo después descubre (descubro) que la cosa iba en serio y que su interlocutor en el tren era un asesino de verdad.
En el caso de este post, el título sólo es una referencia un tanto cinéfila a una sensación que he tenido varias veces y, en una de las últimas ocasiones, de una forma especialmente intensa. Aunque, hasta ahora, sólo se habían parecido de forma muy remota a la situación de "Extraños en un tren".
Estoy con una persona en una situación relajada y de aparente cordialidad. Podríamos parecer (incluso ser) amigos o, por lo menos, pasar por personas que tienen una relación estrecha entre sí. Si no amigos, al menos viejos conocidos. Detrás de un cristal o vistos a través de una ventanilla de tren daríamos la imagen perfecta.

Sin embargo, debajo de esa apariencia de cordialidad y proximidad, nos comportamos como lo que somos, unos verdaderos extraños que no tienen la valentía necesaria para romper el engaño. Es como si los dos supiéramos que, al deshacer el hechizo creado por esa apariencia de amistad, todo se iría por los suelos y, desnudos de prejuicios y disfraces sociales, no quedaría más remedio que dejar de hablar inmediatamente y marcharnos cada uno por nuestro lado. Quizá sin despedirnos. En el fondo, no tenemos nada que decirnos, ni ganas de hacerlo.
Es una situación muy desagradable. Da frío. Como en la historia, a veces llegas a la conclusión, de que no sabes nada de la otra persona o, al menos, de cómo es ahora.
Con los años, uno aprende a tener ese tipo de relación falsamente cordial con gente con la que sólo tiene una relación muy superficial, muchas veces por trabajo. Supongo que es parte del oficio de hacerse mayor y, en general, no pasa nada. No me afecta mantener esa ficción. Al fin y al cabo, se trata de trayectos muy cortos, de tren de cercanías o de metro.
Cuando te sucede con una persona con la que sí que has compartido muchas cosas y hasta se podría decir que sois amigos, la cosa es diferente. En estos trayectos de largo recorrido, no puedes evitar buscar un culpable, una especie de traidor, algo que lo explique todo.
En tu interior surge la pregunta: ¿quién o qué ha hecho que las cosas dejen de ser como eran?
Al mismo tiempo surgen respuestas y, con ellas, los culpables.
Normalmente tienden a ser el tiempo y la distancia, combinado con amistades tuyas o suyas o estilos de vida incompatibles con el mantenimiento de esa relación. No pasa nada. No hay un culpable claro. Sólo hay una pérdida, la mayor parte de las veces irreparable.
Algunas veces simplemente descubres que no se ha perdido nada. Nunca lo había habido. La amistad nunca ha existido y sólo se trataba de una ficción como la de ahora, pero te ha faltado lucidez para verlo hasta este momento.
Otras veces sí hay un culpable. Un traidor.
Éste es el caso que me ocupa hoy. La última vez que me ha pasado, ha sido él el que se había convertido en un "asesino" o quizá ya lo era cuando nos conocimos en aquel "tren". Él era un extraño cordial, simpático incluso, que parece que creyó que yo era o podía llegar a ser un "asesino", como él.
Yo, al principio, no podía llegar a creer que la cosa fuera en serio, aunque ya entonces empecé a tener muchas dudas. Desde hace algún tiempo, ya no me queda ninguna duda: él era ya un "asesino" (¿sólo en potencia?) ya desde el principio.
Una vez más, estamos en un compartimento de tren y esta vez somos ya, sin ninguna duda para ninguno de los dos, una par de "extraños en un tren". La diferencia es que ahora, ninguno de los dos es inocente. Yo soy más sabio (son las ventajas de la edad y la experiencia). Él se ha puesto en evidencia varias veces después de aquella primera vez. Ya no queda ninguna duda de hasta dónde puede llegar.
Para poder mantener la ficción de cordialidad necesaria para representar esta escena, él no tiene más remedio que desviar la mirada. Se nota que tiene miedo de que sus ojos revelen lo que la
conversación intenta ocultar. Elige las palabras con cuidado y sólo me mira cuando es imprescindible. Nunca de frente. Sabe que es un traidor, el "asesino real" que hacía falta en esta historia. Sobre todo, sabe que sus ojos pueden traicionarlo y hacer que la ficción sea insostenible.
Lo que no sé si sabe es que ya hace mucho tiempo que no me puede ocultar nada. Hace mucho tiempo que sé lo que piensa y hasta dónde puede llegar. Sé que él es el verdadero "asesino" de esta historia. Afortunadamente, nunca, ni por un momento, llegué a creer que fuéramos amigos y hace ya años que no tengo nada que decirle, ni ganas de hacerlo.
Seguimos manteniendo la ficción de la charla cordial una vez más. Pero está claro desde el principio que somos dos "extraños en un tren".
Él quizá sienta el frío en la espalda que dejan estas situaciones. Yo no siento ni frío ni decepción.
Sólo hastío y prisa por salir de este compartimento.


...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He decidido contestar al último “pensamiento”, no porque me parezca el más interesante de todos sino porque si contesto de forma individual a cada uno de ellos puede que no los leas. Ya sabes, lo que normalmente se hace es ver si hay correo de contestación para el último de los enviados no mirar el correo atrasado.

Siento decirte que no soy ni sueco ni sueca, ni pertenezco a ningún país nórdico (aunque tengo que decir que me apetecería mucho darme una vueltecita por allí). A a pesar de ello, intento conectarme cada vez que tengo un “ratito”.

A mí también me gusta mucho Luis Pastor y creo que has elegido una de las canciones más bonitas, aunque a mí me gusta más la de “Dulce de nata”.

Por cierto, no te comiendo que leas Vida de nueva de Orhan Pamuk. He sufrido leyéndolo. Me encanta leer y si veo que un libro no me produce “placer” o no me interesa aunque sea un poquito lo dejo en la balda y empiezo otro. Con esta novela me he saltado la norma y la he leido hasta al final aunque no tuviera ningún tipo de interés. Es más, en algún momento insoportable. No me preguntes por qué lo he hecho porque no lo sé. Lo que tengo claro es que no voy a volver a hacerlo ya que ahora me da pereza empezar uno nuevo. Igual tengo que volver a leer uno de Agatha Christie (ja,ja).

Bueno me tengo que ir acomer, otro día continuamos charlando y, por cierto, espero que no seamos nunca extraños en un tren. Hasta otra


Postdata:

De vez en cuando cuenta algún chascarrillo

C. dijo...

Respondo a la postdata: En cierto modo, este post era un chascarrillo, pero muy filtrado por la literatura. Me apetecía describir más las sensaciones que los hechos, pero detrás de esas sensaciones hay un hecho concreto. No tiene nada que ver con trenes, ni con asesinatos. Eso sólo son metáforas, pero hay una anécdota real detrás de las metáforas.