jueves, 5 de febrero de 2009

Hacerse mayor


Un día cualquiera por la mañana. Espero al metro para ir a trabajar. 

En el andén, sentado en un banco, un hombre de edad imprecisa, quizás un poco más joven que yo.  Bajo su cazadora, viste ropas que parecen de operario y botas reforzadas de seguridad. Tiene el pelo, más largo de lo habitual, recogido en una coleta y, en la mano, sujeta un cómic de Mortadelo y Filemón, de esos gordos que recopilan varias historietas.

No puedo evitar quedarme mirándolo mientras ríe a carcajadas, como sí la vida fuera algo sencillo y sólo lo inmediato, la historieta que lee en ese momento, tuviera importancia.

No puedo evitar mirarlo, ni envidiarlo.

No puedo evitar preguntarme dónde se quedó mi infancia inocente y despreocupada.

Cuando llega el metro, un día más abarrotado, y me encajo entre el resto de seres humanos somnolientos y cargados de responsabilidades y preocupaciones que parecen poblar ese pequeño microcosmos, me doy cuenta de que, de nuevo, me estoy engañando. 

Yo no tuve nunca una infancia inocente y despreocupada o, si la tuve, ya no la recuerdo.

Me recuerdo siempre cargado de consciencia, sentido común, obligaciones, responsabilidades, miedos, sentimientos de culpabilidad, ... o cualquier otra cosa de esas que ahora mismo daba por hecho que sólo sienten los adultos.

A veces pienso, y creo que alguno ya me habréis oído decirlo, que yo nací ya bastante mayor. Sólo hace falta mirar alguna de mis fotos de niño, con cuatro seis u ocho años. Siempre serio. A veces hasta triste. Y también pienso que me hice todo lo mayor y responsable que se  puede llegar a ser a los dieciocho o diecinueve años. Y que, por suerte, a partir de ese momento, no me quedó más remedio que empezar a ser menos responsable y serio. Y que tuve que pasar por reírme un poco de mi mismo y mi seriedad, hacerme más gamberro y menos formal, para poder madurar. Para poder empezar a tener las cosas menos claras y hacerme más tolerante a los fallos. A los míos y a los de los demás. 

Desde entonces no sé si he sido más feliz, pero creo que me lo he pasado mejor y he estado menos veces triste, aunque no niego que, con frecuencia, he vuelto a estar preocupado. 

Pero he visto y sigo viendo todavía como los grandes dramas suelen tener un día siguiente en el que las cosas vuelven a andar, más o menos. He visto como muchas de las que parecían caídas en picado hacia el abismo acababan en una remontada, si no digna, al menos esperanzadora.

Así que, con el tiempo, igual puedo conseguir sentarme una mañana en el anden del metro a leer un cómic y reírme de la vida, sin otra preocupación que lo inmediato.

Igual hacerse mayor tiene su lado bueno.

...

1 comentario:

Nana dijo...

Hacerse mayor no es malo. Primero hay que reirse de uno mismo y luego los comics llegan solos.
tu cuñadita. que tal todos???